¿Qué Pasa?

‘Ángeles y Demonios’  que no saben a Nada

‘Ángeles y Demonios’  que no saben a Nada

Lo que han hecho el director Ron Howard, el actor Tom Hanks, y los guionistas Akiva Goldsman y David Koepp es algo para que la gente sencillamente se arrastre de la risa o se muera de la vergüenza.

Es cierto que la responsabilidad no es sólo de ellos, puesto que el film es una adaptación de la novela del mismo nombre de Dan Brown, pero sólo a Howard, Hanks, Goldsman y Koepp se les debe pedir cuentas por la puesta en imágenes de esta historia y por su capacidad y/o carencia de convencimiento.

‘Ángeles y Demonios’ es un monumento a la tontería, las incongruencias y la ridiculez más despampanante. El film es tan anodino y falso que hace lucir a ‘The Da Vinci Code’ –que  tampoco fue algo que soportara siquiera una segunda visión– como una obra maestra. La realidad, sin embargo, es que la película vuelve a colocar al director Howard en su posición anterior (después del éxito artístico logrado con ‘Frost/Nixon’), la de un artesano más o menos efectivo, más o menos correcto, pero carente de vigor, grandeza y estilo.

Dentro de un marco pretendidamente histórico, pero a todas luces rabiosamente falso y carente de rigor, la historia de ‘Ángeles y Demonios’ manipula y tergiversa a todo dar, mientras se empeña inútilmente en crear la controversia.

Corren tiempos de cambio en el Vaticano. El papa ha muerto y se realizan los preparativos para elegir a su reemplazante. Sin embargo, los cuatro posibles candidatos son secuestrados y amenazados de muerte por una hermandad secreta  conocida como Illuminati, quienes además, han colocado un artefacto explosivo que puede hacer desaparecer la Santa Sede. El Vaticano entra en pánico y decide llamar al simbolista Robert Langdon (Tom Hanks), el único capaz ¿? de poner la casa en orden. Los diálogos son tan absurdos y vacuos que seria una necedad seguirles la corriente.

‘Ángeles y Demonios’ dispone de un reparto estelar, pero Tom Hanks ofrece la más insípida caracterización de su carrera,  de los últimos 20 años. Ninguno de los demás personajes interpretados por Ewan McGregor, Stellan Skarsgard o Armin Muller-Stahl despierta el más mínimo interés. Carecen de historia y de pasión, y no provocan emoción alguna.

Sólo la ambientación –tomando en cuenta que el permiso para filmar en el Vaticano le fue negado –y el diseño de producción merecen cierto reconocimiento en este film. Todo lo demás es como una carnavalesca fanfarria en la que la artificialidad y el efectismo reinan a sus anchas.

El Nacional

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