Opinión

“Economía” del Espíritu Santo

“Economía” del Espíritu Santo

Las auténticas “comunidades” cristianas son obra del Espíritu Santo. El fue quien las inspiró y animó con su presencia poderosa después del primer Pentecostés. Tenían muchas características, siendo las más notables: La relación íntima con el Señor a través de la Oración, la Palabra y la Eucaristía; una unión profunda, alegre y cordial con todos los hermanos creyentes, una irradiación poderosa y contagiosa por medio de la fe viva, el amor y el testimonio valiente: una comunicación generosa de los bienes materiales con los “santos” necesitados.

Esta última característica siempre ha impresionado profundamente a todos los analistas de las primitivas comunidades cristianas. Y es muy esencial y definitorio de la verdadera comunidad cristiana en cualquier época y lugar. No fue privativo y peculiar de las solas primeras comunidades.

Lamentablemente muchos cristianos se han resistido y se resisten también hoy a practicar una auténtica comunicación de bienes y servicios. Por eso muchas supuestas “comunidades” no pasan de ser meros grupos “devocionales” o grupos de oración, de convivencia social, o de estudio teológico y bíblico, o de promoción y acción social.

Pero el Espíritu Santo seguirá inspirando hoy también comunidades en las que, junto con la oración, la enseñanza, la amistad cordial, el testimonio y las más diversas tareas y trabajos apostólicos; haya también una seria y decidida comunicación de bienes.

Varias veces he oído decir a un amigo, economista eminente y brillante, que el Espíritu Santo no sabía nada de economía. Pero, ¿puede el Espíritu Santo aprobar nada de nuestros sistemas económicos? O ¿no somos nosotros los cristianos los que tenemos que aprender y practicar la Economía del Espíritu Santo y no la que nos ofrecen nuestros Sistemas Capitalistas o Socialistas?

1.- Porque los primitivos cristianos tuvieron que apegarse a la Economía novísima del Espíritu Santo dejando la vieja y mundana del Imperio Romano, Grecia o Judea. Si bien Cristo profesó el principio de seguir dando al César lo suyo. Pero a Dios también había que darle lo suyo. Por eso mismo, movidos del Espíritu Santo y sus dones, los primeros cristianos pudieron: 1) Compartir todo cuando tenían, vender sus bienes y propiedades y repartírselas de acuerdo a lo que cada uno de ellos necesitaba (Hech. 2,44-45). ¡Un principio, el de la necesidad, que profesa nuestra economía, pero sin remediarla, sino comercializarla, capitalizarla, politizarla! 2) y en las primitivas comunidades “nadie consideraba suyo lo que poseía, sino que todo lo tenían en común… No había entre ellos ningún necesitado porque todos los que tenían campos o casas los vendían y ponían el dinero a los pies de los Apóstoles, quienes repartían a cada uno según sus necesidades (Hech. 4,32-35). ¡¡Otro principio que hoy está supervidente en la Economía; nuestras compraventas!! Pero ¿para resolver necesidades? ¡¡Noo!! Para servicios de las necesidades.

El Nacional

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