Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

La dama súper pura
Aquella mujer tenía fama de pasarse de decente, y a su pureza de alma y extrema religiosidad la gente le atribuía el haberse quedado jamona. Aunque no todas las jamonas se caracterizan por abstenerse de practicar el sexo, a la dama citada no se le conocía siquiera un novio platónico.

En sus años juveniles casi no mantenía relaciones de amistad con hombres, y más de uno llegó a sospechar que tenía tendencia lesbiana.

Sin embargo, nadie la vio relacionarse con mujeres que gustaban de sus congéneres, y más bien se le atribuían ideas homofóbicas.

Como todo ser humano, hacía sus rabietas, pero en ninguna ocasión se le escuchó maldecir, ni pronunciar frases descompuestas.
Como católica practicante, asistía con frecuencia a misas, y en la sala de su casa se le veía leyendo la Biblia, o escuchando con atención en el televisor familiar programas cristianos, algunos de sectas protestantes.

Los vestidos que usaba eran calificados de anticuados por amigos y relacionados, debido a que por arriba le llegaban al cuello, y por debajo bordeaban los tobillos.
El maquillaje de la puritana era escaso, hasta el grado de que en raras ocasiones se pintaba los labios, y no depiló sus cejas.
Solamente el talco mantenía presencia permanente en su rostro, hermoso a pesar de que la casi total ausencia de coquetería de su portadora le restaba gracia.

La circunstancia de que a la cara atractiva se uniera un cuerpo curvilíneo, provocaba que los piropos de procedencia masculina llegaran con frecuencia a sus oídos.

Pero ante el halago, la reacción de la casta y circunspecta dama oscilaba entre enseriar el rostro sin pronunciar palabra, o dar las gracias con voz apenas audible.

Un amigo mío, que tras declararle su amor, y sin esperar respuesta le propuso matrimonio, se ganó una enemiga de por vida.
Debido a la pudibundez excesiva de esta mujer, alguien la convirtió en el personaje imaginario de un añejo relato humorístico.
El cuento señala que Dios dispuso que las personas cuando murieran y fueran destinadas al paraíso celestial, lo hicieran con velocidad equivalente a la carga virtuosa de sus vidas.

Y que la purísima jamona, tras su fallecimiento, lo hizo con tan velocísimo desplazamiento, que San Pedro le voceó desde una nube:
-¡ Inmaculada mujer, tira una mala palabra para que no te pases!

El Nacional

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