Opinión

A dos años

A dos años

Una vez más, a propósito del segundo aniversario de la actual gestión gubernamental, el país es victimizado por una conceptualización pervertida de la gobernabilidad.

En efecto, preservar la gobernabilidad en esta nación, ha sido históricamente transar con sectores de gran influencia económica, social y política, a los cuales se les teme y se opta por no tocarlos ni con el aliento, no obstante la conciencia que pueda tenerse de que con esa actitud se cercenan los anhelos de la mayoría de la población.

Muy escasos gobernantes han mostrado el coraje de arriesgarse a tomar decisiones ineludibles para alcanzar el desarrollo, por el hecho de implicar afectar determinados intereses. Eso ha revelado una absoluta falta de fe en el valor que pueda tener el respaldo mayoritario que podrían concitar esas medidas. Se prefiere el aval de minorías poderosas, antes que apostar a la fuerza unida de un pueblo. Por eso, nuestra democracia sigue siendo una mentirilla maquillada con procesos electorales de resultados muy difíciles de trastocar por la inequidad en la competencia.

Imposible evaluar los dos primeros años del Presidente Medina al margen de estas consideraciones. Su ascenso al poder se tornaba hostil sin acatar, quizás más allá de sus íntimos deseos, las condicionantes impuestas por segmentos decisivos de su propio entorno que tenían en sus manos las llaves de las alcancías donde estaban depositados los recursos imprescindibles para revertir una tendencia electoral negativa a poco tiempo del certamen. Era eso o nada, con todas las consecuencias que implicaba y que hemos padecido.

Los parámetros tradicionales a partir de los cuales se ha concebido y aplicado la gobernabilidad, han marcado este período. De ahí la definitoria expresión de no tirar piedras para atrás, pese al cúmulo de “facturas por pagar” que se confesó encontrar. Por eso la inmutabilidad irritante en lugares de principalías de personajes que solo aportan a sus causas. Es la razón para mantener un engranaje diplomático de espanto. Es la explicación de que al parecer la corrupción pública y privada no tiene presencia en un territorio de inmaculados.

Ante tales ataduras para sacudirse y dada la ausencia de valor político para asumirlo, apenas queda el recurso de la forma, solo como mecanismo de sustitución ante la imposibilidad de llegar hasta el fondo de los acontecimientos.

Eso, que también le dicen estilo, se valora. Perpetuado en el tiempo, sin trascenderlo, se convierte en mueca que diluye el respeto ganado.

El Nacional

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