Opinión

A Johanny con Cariño

<P>A Johanny con Cariño</P>

Cuando llegué a los Estados Unidos, en el verano de 2009, una encantadora señorita, también dominicana, sin previo aviso, se adentró en las profundidades de mi alma. La conocí en mí efímero paso por  la secundaria norteamericana, y, desde entonces, ya no sé si somos dos. La sutileza con que logró cautivar mis sentimientos, acaso sin proponérselo, ha calado tan hondo en mí que, a partir de ese momento, el sosiego se ausentó de mi vida.

Sin embargo, mi desasosiego no es el culpable de un estado anímico pronegativo. No, ¡Dios me libre! Mi tristeza la causa el hecho de querer y no poder entender el desconsuelo que afronta Johanny. Nostálgicamente recuerdo sus iluminados ojos al rememorar sus años de infancia y preadolescencia en la culta  ciudad de La Vega, especialmente, sus vivencias en la bodeguita del abuelo, donde las paredes eran un permanente mural de retratos fotográficos de familiares y amigos.

Sus relatos eran tan vivos que, ilusionado, hasta llegué a verla disfrutar de alguna golosina y relevar los quehaceres del establecimiento mientras su “Don,” como cariñosamente le apodó a su ascendiente, descansaba escuchando uno de los siempre vigentes capítulos de la Tremenda Corte. Difícilmente concibo que aquel local que visité por medio de la imaginación, no exista más.

Haciéndole honor a la vergonzosa popularidad que ostentan nuestras instituciones públicas, el cuerpo de bomberos de La Vega, al recibir el primer llamado de alerta de fuego, cuan imprudentes e ignorantes, lo  consideraron una broma, al extremo de burlarse de quien pedía desconsoladamente ayuda. A duras penas, estos bomberos creyeron las llamadas; no obstante, la desfachatez los dilató lo suficiente como para que el frenesí del siniestro sea casi inextinguible.

La explosión, por la apatía de unos sinvergüenzas, se convirtió en una hoguera devastadora. De ahora en adelante, Johanny saboreará un agridulce parecido al de las cerezas; por cuanto no podrá evocar los dulces recuerdos de lo vivido sin saborear las agrias remembranzas de lo sucedido.

El Nacional

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