Tan rápido se degrada la imagen del periodista ante la estima pública que pronto el ejercicio de tan noble profesión se asemejaría, en término de valoración ciudadana, al de las trabajadoras sexuales, a las que pundonorosos cristianos pagan por sus útiles servicios con la condición de que esa relación de negocio y placer no adquiera notoriedad.
Además de nuestros propios errores, los periodistas acarreamos el caudal de deshonra que enganchados a la profesión acumulan en retretes improvisados en medios escritos, radiales, televisados o por Internet, aunque es de justicia decir que algunos allegados honran el oficio con su probada conducta ética.
No soy quien para negar que en estos tiempos el periodismo dominicano atraviesa por una sequía moral, matizada por un ejercicio diezmado, en sentido general por intereses políticos y corporativos.
Hay quienes mencionan al Gobierno como principal proxeneta de periodistas y comunicadores, pero de justicia es señalar que desde hace más de 40 años, las oficinas de relaciones públicas de instituciones oficiales han estado bajo tutela de periodistas, sin que ese haya sido vínculo determinante con la corrupción. Claro, ahora las cosas son diferentes en términos de salarios y compromisos.
Es verdad que un periodista incurre en conflicto de intereses cuando presta servicio en un medio y en una oficina pública, pero- repito- eso ha ocurrido antes sin que el aprecio público sobre la profesión haya descendido tan estrepitosamente.
La conducta profesional de un periodista siempre estará vinculada a su formación académica, a sus concepciones políticas y a su formación familiar, por lo que nada justifica el deshonor que significa la venta o alquiler de pluma y voz y conciencia.
¿Saben ustedes cual es el salario promedio de un reportero, redactor, corrector o ejecutivo medio de un periódico, noticiario de radio o televisión? Por Dios, no crean que intento justificar ningún tipo de inconducta, basado en que los auténticos comunicadores perciben salarios de miseria.
El proxenetismo mediático no solo es apadrinado por esferas oficiales, sino- quizás con mayor rentabilidad- por litorales del mentado sector privado, que han logrado componer un periodismo tan denigrante como el que de ordinario se censura. Ese periodismo corporativo, más que bocinas, opera como Home Teather, para reproducir intereses de élites económicas y políticas, que pagan precios similares los que perciben las trabajadoras sexuales llamadas de cortina.
Acepto el emplazamiento que ha hecho Consuelo Despradel para que todos los periodistas- grandes y pequeños- declaren la procedencia de todos sus bienes, así como sus ingresos. Momento de bañarse con cloro.