Para bien o para mal
Es pertinente recordar que el terremoto que el martes destruyó a Puerto Príncipe tuvo su epicentro en la parte oeste de la Isla Española, por lo que las secuelas de esa tragedia, así como el proceso de reconstrucción de Haití afecta y compete a República Dominicana, inquilino de la parte oeste del territorio insular.
Por nuestra condición de isleños, los dominicanos carecemos de noción clara en torno a cercanía o lejanía, por lo que generalmente dispensamos igual atención a sucesos que ocurren en Honduras, Taiwán, Haití o Santiago, sin asumir conciencia sobre los efectos de un acontecimiento bueno o malo que ocurra, por ejemplo, en Nueva York, Madrid o Villa Mella.
Lo de Haití nos afecta desde todas las ópticas posibles: económica, migratoria, sanitaria, de seguridad interior, o puede obligar a Gobierno y sociedad a modificar programas relacionados con la producción agropecuaria, industrial, comercio o con los ámbitos laborales, salud y educación.
Con la desbordante solidaridad hacia la tragedia que compunge a los haitianos, los dominicanos asestan bofetada sin mano a élites locales y extranjeras que intentan presentar a la patria de Duarte una sociedad de xenófobos, racistas y esclavistas.
Sin menoscabo de nuestra proverbial sensibilidad y del ineludible deber de prestar toda la asistencia posible para ayudar a aliviar el inmenso dolor que abate hoy el pueblo haitiano, parece necesario que áreas del gobierno y del sector privado realicen algún tipo de ejercicio sobre posibles escenarios derivados de la tragedia que podrían afectar, para bien o para mal, al interés nacional.
República Dominicana podría aprovechar -para bien- su vecindad con Haití para convertirse en primer suplidor de bienes y servicios durante lo que sería un largo período de recuperación, más aún porque dispone de empresas productoras de cemento, varilla, acero y otros agregados de construcción.
La agropecuaria y la agroindustria poseen condiciones para proveer demandas de víveres, granos, vegetales, carnes, huevos y enlatados, en tanto la industria puede suplir en condiciones competitivas productos diversos.
El tema migratorio -para mal- se convertiría en gran dolor de cabeza por el éxodo previsible de grandes masas de inmigrantes que huyen de la pobreza extrema, alentado quizás por errónea interpretación que organismos internacionales y bocinas locales dispensen al sentimiento humanista que expresan Gobierno y sociedad.
Por las razones expuestas y por muchas otras más, la desgracia que acontece en Haití y los esfuerzos por afrontarla han de repercutir -para bien o para mal- en el futuro inmediato de República Dominicana. Estemos atentos.