Dictadura de la prensa
La prensa ha sido vanguardia en la dilatada lucha del pueblo dominicano contra toda forma de tiranía y represión, participado activamente en las duras jornadas de consolidación del espacio democrático, pero es menester advertir que ese papel de escudero de la libertad se ha visto limitado en los últimos años porque no pocos medios de comunicación presentan síntomas de fiebre amarilla de corporativismo o cólera de intolerancia.
En términos generales, la prensa nacional se mantiene relativamente plural, abierta a las diversas expresiones del pensamiento, aunque la relación en cuotas de participación entre intereses de las élites y los de la población no siempre expresan niveles razonables de equidad.
Insisto en que aquí hay libertad de prensa y de expresión, pero no de información, porque este producto o materia prima esencial es objeto de severa manipulación o de elegante maquillaje conforme a intereses corporativos, de grupos fácticos o clanes de periodistas.
Temas esenciales de la agenda nacional son presentados al lector, oyente, televidente o cibernauta desfigurados o mutilados o convertido en caramelos o acíbar, según el color del interés de que se trate. Con honrosas excepciones, los medios de comunicación dimiten voluntariamente de su compromiso de exponer la verdad y defender el bien común para convertirse en compañías subsidiarias de intereses corporativos.
Para el gobierno, el camino más fácil o menos difícil en su relación con la prensa ha sido el de contemporizar con titiriteros y ventrílocuos, lo que se presenta como un mal menor ante la receta de apretar el torniquete.
No pocos periodistas o comunicadores aceptan con o sin agrado el infeliz papel de bufones de cortes, aunque otros se limitan a tocar la campana.
No se diga que aquí se ejerce un periodismo combativo, a lo más que se llega es a fuego de distracción para lograr que el blanco apetecido se mueva en la dirección donde apunta la carabina del interés personal o empresarial.
Pocas urgencias nacionales han sido abordadas por la prensa de hoy con debida consistencia, profundidad, claridad e independencia porque, por las razones expuestas, los medios de comunicación, compelidos o por voluntad propia, se convierten en hogueras o refrigeradores donde todo se quema o congela a conveniencia.