El ejercicio del periodismo se complica, pues el mundo marcha tan rápido en términos de globalización, apertura y desarrollo de la ciencia y la tecnología, que ya habitamos en una aldea global que condensa en un alfiler la información que ha generado el universo en decenas de siglos.
Atrás quedaron los tiempos cuando el periodista se forjaba en las aulas universitarias con el ritual de la pirámide invertida del qué cómo cuándo, dónde y por qué, axioma que, aunque vigente, se nos va como agua entre las manos, porque la información puede alcanzar el poder destructivo de mil bombas atómicas, pero mayor capacidad de construcción que el esfuerzo para levantar las pirámides.
La actual generación de periodistas, la mayoría inmigrantes de la Internet, estamos obligados hoy a convertirnos o ejercer el papel de pichón de sabio, porque la rapidez, profundidad, cantidad y alcance de la información son tales que, si no apuramos el paso, los bolsones de ignorancia en nuestro entendimiento nos convertirán en analfabetos integrales.
Además de manejar el idioma y de aprender otras lenguas, el profesional de la comunicación está compelido a entrenarse en el abc de las ciencias sociales e insertarse en los nuevos escenarios del impetuoso avance de la tecnología.
A los viejos reporteros no les es dable acudir sólo a los clásicos de la política, las artes o la religión para intentar razonar sobre los fenómenos sociales, económicos y políticos que caracterizan al mundo de hoy. Tenemos que aprender un nuevo y complicado lenguaje o código de información y conocimiento.
Por atrevimiento o temeridad, los periodistas hablamos o escribimos como si fuéramos eruditos sobre economía, derecho, diplomacia, farándula o de cualquier otro tema, que abordamos con superficialidad o craso desconocimiento, aunque elaboramos estrambóticas tesis, cual si fuéramos especialistas.
Veteranos comunicadores nos hemos quedado atrás (me incluyo, por supuesto) en el conocimiento, investigación y asimilación de temas que conforman la médula de la agenda nacional o mundial y hemos limitado nuestra participación a opinar por opinar o a llamar la atención mediante el uso cotidiano de expresiones afrentosas, infamantes, agresiones a Cervantes o por el deslizamiento de cunetas amarillistas.
Sin poder concitar credibilidad en la audiencia, muchos de nosotros intentan notoriedad sobre la base del chantaje, la extorsión, la mentira o la temeridad, sin darse cuenta que la gente teme a este tipo de comunicadores igual que a un can rabioso, pero que jamás le dispensará respeto. Se terminó el espacio. Volveré sobre el tema.