Bachata y motoconcho
Resulta difícil explicar por qué la agenda de urgencias nacionales anda por un lado y el discurso del liderazgo político y de las élites académicas por el opuesto, como si alguna fuerza sobrenatural impidiera que el razonamiento lógico interactúe con la realidad objetiva sin mayores sobresaltos.
Cuando el presidente Leonel Fernández convocó a un diálogo nacional para consensuar medidas que ayuden a aliviar los efectos de la crisis económica global, el presidente del PRD, ingeniero Ramón Alburquerque, rechazó la participación de esa organización, porque aquí prevalece un narcoestado.
El proyecto de Reforma Constitucional diseñado por un grupo de juristas a partir de las opiniones recogidas en los sectores organizados de la sociedad, fue objeto del más firme rechazo por ese partido y por mentadas instituciones de la sociedad civil con mal disimulada adherencia política.
Para no tener que discutir el contenido de esa reforma, la dirección del PRD y clanes académicos reclamaron que se realizara por una Constituyente, figura no incluida en el Texto Sustantivo vigente, que, por demás, no fue invocado cuando el PRD le infirió una cuchillada para incluir la reelección presidencial.
Tampoco se ha puesto caso al mandato de una ley que obliga a Gobierno y sociedad a elaborar un programa marco de desarrollo con vigencia de hasta 20 años, con lo que se consolida la tendencia de que nada se discute y todo se rechaza.
La Asamblea Revisora se ha instalado sin que Gobierno, partido ni sociedad haya podido lograr acuerdo sobre aspectos básicos de la nueva Constitución, como por ejemplo, lo relacionado con territorio, nacionalidad, ciudadanía y control migratorio, algo inexplicable, pues la Carta Magna es el resultado de una concertación social y política.
Apenas el tema del aborto o del derecho a la vida ha sido objeto de una discusión, no así de algún acuerdo parcial o total entre fuerzas políticas y fácticas de cómo debería insertarse en la Constitución.
Este absurdo divorcio entre el discurso de las élites políticas y académicas y la agenda de urgencias nacionales puede ser atribuido, entre otros factores, a nuestra condición de sociedad insular y tropical, que deriva en olímpico desprecio por el tiempo y culto casi faraónico a la improvisación.
Contrario a sociedades erigidas sobre territorio templado, donde las cuatro estaciones están bien diferenciadas, la dominicana se erige sobre una isla tropical, en la que todos andamos con un pedazo de sol en la espalda y todos los días parecen iguales, sin importar si es invierno o verano.
En esta isla colocada en el mismo trayecto del astro rey, no podría precisarse que tal o cual acontecimiento ocurrió en tal o cual verano o el invierno, porque podría suceder en primavera o en otoño, dado que todas las estaciones parecen iguales, aunque en unas se siembra o cosecha rubros específicos, porque la mayoría se plantan o recolectan en cualquier época del año.
Como todos los días son similares y se viste relativamente igual, la gente no parece tener noción del tiempo o al menos no se aprecia el correr de las manecillas del reloj, como quienes viven en Alemania, Francia, España o territorios de Estados Unidos como Nueva York y Alaska, donde la gente organiza su agenda conforme a las estaciones del año.
En Republica Dominicana se disfruta o se padece de bachata, ron y motoconcho todos los días y es común asistir a una fiesta o a un concierto el lunes, sin ser zapatero o trasladarse directamente desde el bar o discoteca al centro de trabajo.
La otra explicación de por qué al liderazgo político le encanta jugar a la ruleta rusa, hay que buscarla en la estratificación social, dado que la población nacional es esencialmente de origen pequeño burgués, un sector de clase que se caracteriza por no tener norte fijo y padecer de aguda incertidumbre económica, que tampoco tiene noción del tiempo porque, contrario al obrero y al burgués, carecen de noción sobre disciplina en el cumplimiento del horario.
A esas y otras causas que usted, amigo lector podría identificar, atribuyo yo el insólito hecho de que se haya instalado la Asamblea Revisora sin que el liderazgo político y social haya logrado acuerdo siquiera para reiterar en la Constitución que este país se conoce como República Dominicana.