Opinión

Adela Fernández Fernández

Adela Fernández Fernández

Caracoles, estrellas de mar, caballitos marinos, espuma capturada en el negro reluciente, rostros que ensayan su mejor rostro.  En la sala de espera, la muerte-vida nos aguarda al otro lado de noviembre.

Algunas regresan, otras vamos, artífices del mismo ritual, auscultadas por las maquinas como si se pudiera vislumbrar lo que oculta la obligada sonrisa.  Del otro lado de noviembre la vida se pone sus mascaras.

Parada en la torre de un recuerdo, una frágil mujer despliega sus banderas, carne que se impuso a la ceniza, vuelo que se reinstala en la memoria.  En su jardín el espíritu de un perro nos guía hacia las tumbas, hacia el agua subterránea que refleja todas las travesías. Iluminada oscuridad donde ellas luz de las luciérnagas.

Emperatriz de sus noches, niña que dejo de ser niño y cambio la corbata, el obligado corset de su sexo, por el libre albedrio de las faldas, Adela es bala devuelta al revolver original, Lazara que resucita después de cada filme y nos aligera de nuestra carga de supuestas realidades.

En una corte de gnomos y gente en búsqueda de que, cuando o como, cada quien sabe, Adela reina en el umbral de una promesa.  ¿Tu que tienes que contar? In/quiere, in/daga, tras la culpa de la inteligencia, antes de retirarse a la bruma de donde es originaria, llevándose los remos y la barca. No es tiempo de morir aun, ¿o de vivir?, anuncia un resignado Creonte.

Doce Fridas, simulan una danza de besos, herido de muerte un venado agoniza frente al público. Vuelo de palomas encarnadas, México proclama el imperio del color sobre la muerte.  Préstamo de luces, instantes donde el verde se desglosa y el roble nos acoge en su ruta de sombras hablantes.

Dioses Celas, ¿Qué buscan por estas calles?, ¿Qué se oculta detrás de estas rejas tan altas? ¿De estos bloques de piedra? ¿Cuántas miradas? ¿Cuántos diálogos conclusos o inconclusos?  Adela Diógenes, ¿Do tu lámpara para estos resplandores diurnos?

Ambiguo manantial, húmedo recinto, oreja contra oreja, verdoso azul, amarillo susurro de palmeras, estallido del mar contra la roca, comienza el lento ascenso del poema hacia la férrea mujer,  que parada en la cima de un recuerdo proclama su misterio inexpugnable.

México, Coyoacán, 6 de noviembre del 2005.

El Nacional

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