Opinión

Adenda como metáfora

Adenda como metáfora

El que viaja a Grecia y no comprende bien la lengua griega, podría sorprenderse del uso que los bancos y los servicios de transporte dan al vocablo “metáfora” (“metapherein”), que es utilizado como lo que allí es, como un verbo, cuyo significado es transferir, trasladar o transportar. O sea, que para los griegos actuales, la acepción de metáfora es casi idéntica a la utilizada por la vieja retórica, que es la de “transferir un término real a otro imaginario”.

Aristóteles, en su Poética, describió la metáfora como “la aplicación a un objeto de un nombre que en realidad pertenece a otra cosa”. Y para José Ortega y Gasset —que defendió el uso de este tropo en el discurso filosófico—la metáfora se origina cuando, “al comprender algo, lo transformamos en otra cosa, lo esquematizamos, lo conceptualizamos, y deja de ser lo que es”, añadiendo “que utilizamos la metáfora cuando no disponemos de una palabra para mencionar una novedad; pero también usamos la metáfora como ‘modo de intelección’” (Ortega y Gasset: “Ensayo de estética a manera de prólogo”, 1914).
Por eso, podría parecer una burla que yo —como quien no quiere la cosa— confunda el término “adenda” con esa maravillosa figura retórica que responde al nombre de “metáfora”, un denuesto que, para muchos, sería algo así como tratar de mezclar el agua con el aceite. Pero no. El vocablo latino “addenda”, convertido con el paso de los años en adenda (sin una de las “d”), significa agregar, añadir, amplificar si se quiere, pero al utilizarlo como se ha venido empleando por nuestros congresistas, lo añadido vulnera por completo lo antes establecido, y esa amplificación es la que ha servido para estafar, para violar y para burlarse del pueblo. Es por esto que el término adenda muchos congresistas lo han convertido en una vil metáfora.
Sospecho, entonces, que la adenda, al catequizarse en metáfora, se convirtió —para los congresistas—, en el atajo perfecto, en la zancadilla ideal para salir impunes del delito, burlándose no sólo de las bancadas serias y honestas de ambas cámaras, sino del pueblo y los demás contratistas que asistían a los concursos.

Pero lo trágico de este mecanismo de burla, es que a los contratos ya aprobados se les añadían una, dos y tres adendas, cuando las sumas añadidas no alcanzaban para satisfacer las oprobiosas demandas de los involucrados y, en especial, a la sobornadora Odebrecht, sin importar que los presupuestos añadidos instituían préstamos adicionales que tendrían que ser pagados por el Estado; o sea, por nosotros.
De trucos como este, de adendas convertidas en metáforas, nuestra historia está llena. Trucos así fueron utilizados por Buenaventura Báez para engañar al Estado con unos fatídicos bonos que nos ataron a décadas de sacrificios y penurias. Trucos así fueron utilizados por Trujillo, para angustiarnos con truculentas medidas económicas que sólo fortalecían sus finanzas. Y trucos así podrían seguir asfixiándonos si no nos comprometemos a erradicar, definitivamente, la impunidad y la corrupción.

El Nacional

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