Opinión

Adulones y coberos

Adulones y coberos

Recientemente conversé con un amigo sobre el papel de los adulones, lisonjeros y coberos a través de la historia; un nefasto papel que han desempeñado —y siguen desempeñando— cuando las víctimas de sus adulaciones, lisonjas y cobas resultan ser reyes, héroes bélicos o estadistas con aspiraciones de convertirse en propietarios de sus naciones.

A partir de aquella conversación me pregunté si Nemrod, señalado como descendiente de Noé y organizador de Babilonia —según el Génesis bíblico—, o todos aquellos que como la XIX dinastía egipcia (conformada por Ramsés I y sus descendientes), los reyes griegos y macedónicos, los emperadores romanos (desde Augusto y Tiberio hasta Aureliano, atravesando por los abusivos sicópatas Calígula, Claudio y Nerón); si esa estela de conquistadores criminales que impulsó la fiebre del oro y la fama para asesinar y despojar de sus tierras a los habitantes del llamado “nuevo mundo”; si Stalin, Mussolini, Hitler, Trujillo, Batista, Pinochet, Idi Amín Dadá, Pol Pot, Saddam Hussein, Omar Hasan Ahmad al-Bashir, y los delirantes canallas que han teñido de rojo los horizontes continentales, fueron alimentados en sus crímenes por adulones, lisonjeros y coberos.

¡Sí, lo fueron!

La coba, la adulación y la lisonja, cuando se prodigan hacia aquel que desvaría por el poder, no sólo provoca en él la ensoñación de que puede alcanzarlo, sino que establece un doble engaño: el efecto provocado en el alentado por la mentira y la sensación de plenitud en quien lo prodiga, que se considera con derecho a la prebenda y al pago de la ficción inventada. Este cruel ejercicio, no sólo establece el endiosamiento del engañado, sino que arrastra a los que serán sus principales víctimas: los gobernados, los pueblos, que siempre ponen los muertos y las lágrimas.

Por eso, casi siempre, el blanco fácil de la coba, de la adulación y el quitapolvismo es el dictador, que frente al espejo permite que su ego le grite que es mucho más grande que la figura reproducida ante él, por lo que necesita que los coros de coberos, adulones, lisonjeros, sobones y embelesadores, lo elogien constantemente, formando anillos donde la misma coba se vuelve trampa, intriga y calumnia.

Desgraciadamente, la historia dominicana está llena, envenenada, no sólo de coberos y lambones, sino de aquellos que fueron presas de sus tramas. Por eso, al estudiar el discurso que ha transcurrido desde el sueño precursor de José Núñez de Cáceres, en 1821, y la decisión de Duarte y los trinitarios de separarnos definitivamente de Haití, en 1844, debemos detenernos en esta cáfila de mentirosos, cuyas adulaciones y cobas han entorpecido los caminos de la Patria.

Pero no nos detengamos en los que auparon con sus alabanzas y aplausos corales a Trujillo. Miremos este hoy, este presente donde la política se nutre de esta escoria. Miremos a nuestro alrededor y preguntémonos si se habrá detenido ese cáncer que embute en los cerebros de los gobernantes la coba y la mentira para provocar alucinaciones de continuidad y grandeza.

El Nacional

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