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A propósito de viejas minorías que agonizan ahítas de pasado y nuevas mayorías que surgen vibrantes de futuro en el proscenio político local, la columna refiere un interesante artículo publicado en El País el pasado 16 con el sugerente título: “A favor de los políticos. Y de que cambien”, de la autoría de José María Izquierdo. Situada en la madre patria que, como sabemos, atraviesa una brutal crisis económica y social, la lúcida reflexión comienza por enumerar algunas de las razones por la cuales el pueblo español no quiere a los políticos: que “Son unos inútiles y unos ladrones…”, a pesar de haber sido electos hace tan sólo 10 meses “por quienes ahora los vituperan”.

El juicio popular parte de que el PP -Partido Popular- y su hoy presidente del Gobierno Mariano Rajoy “prometieron que mejorarían la situación económica y que crearían millones de empleos”, y que “No hará falta recordarles que todo, absolutamente todo, macro y microeconomía, ha empeorado hasta límites difícilmente sostenibles”. A pesar de ello, cita el autor unas declaraciones de un dirigente político que hace poco decía “que Rajoy tiene mucha suerte: cuando gobierna el PSOE -Partido Socialista Obrero Español- el culpable es el PSOE, cuando gobierna Rajoy los culpables son los políticos”.

“Pero no nos engañemos, prosigue el autor. La mayor desafección se produce porque la gente quiere soluciones a sus problemas, y solo ve cómo día a día nuestros políticos nada pueden –y no sabemos si quieren- contra los que de verdad deciden sobre nuestras vidas y sobre nuestras, cada vez menos, haciendas. La penuria lo tapa todo”.

 Ante la desesperanza de una ciudadanía que se ve más desmejorada en el espejo de los griegos y de los portugueses, “Hoy, además, se añade a este desastre un Gobierno que ha cercenado cualquier tipo de participación ciudadana… y “una oposición encogida, dicen ellos que por patriotismo, o por propia debilidad que suponen los demás”.

Ahora bien: concuerdo con Izquierdo en que para mantener la democracia “debemos dejar de lado a los que nunca han creído en ella…” y salvar la “profesión de políticos”. Sí, porque a lo largo de los siglos “fueron políticos quienes recogieron el encargo del pueblo soberano” para pasar de siervos a ciudadanos y “poder articular el fin de tanto sufrimiento y la esperanza de un mundo mejor”.

Que aquí y en España se requieren reformas profundas para mejorar la representación política, prescindir de privilegios infames, echar a todos los políticos corruptos, administrar el dinero público “como un buen padre de familia”, obligar a una rendición de cuentas y trabajar por el bienestar del país, está claro.

Como claro está que estas reformas las harán “los políticos honrados y capaces que elijamos en las urnas”, con una ciudadanía vigilante “exigiéndoles el cumplimiento de lo prometido y no soportando ni un segundo la presencia pública de mentirosos, corruptos o vendidos a intereses espurios”. 

Parece que mucho de lo antes expuesto podría aplicarse a la política vernácula actual. Y el nuevo gobierno tiene ante si lo que no quisiera nadie le suceda a mediados del año próximo: que lo vituperen quienes votamos por el cambio.

El Nacional

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