Opinión

Agenda Global

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La última entrega culminó con el planteo de que la Constitución vigente, según la tipología  de Loewenstein,  debe pasar de ser “nominal” porque no regula la vida política real ni produce la concordancia entre los presupuestos sociológicos y culturales que permitirían su aplicación, a ser “normativa”, la que de hecho se cumple y es vivida por los titulares y los destinatarios del poder. Sin embargo, aún el constitucionalismo nominal  tiene un alto valor educativo que, según el maestro Solozábal, debe ser aprovechado como un “instrumento de socialización política, que produce la integración en el sistema de sus componentes”.

Para iniciar este proceso de educar al pueblo al mejor estilo del Profesor Bosch, lo primero que surge es aplicarle metodología de la enseñanza a los principios constitucionales que regulan los poderes públicos y el ordenamiento político del Estado, así como a los valores, derechos, deberes y garantías fundamentales que norman la vida en sociedad en un país civilizado. Esto con el objetivo de que la Constitución se convierta, al decir de Tamames, en una “gran palanca social”… “al hacer de ella el nexo o pacto de unión de todos los ciudadanos,  para que al conocerla, y ver reflejados en ella sus sueños y deseos, puedan sentirse parte del cuerpo político, miembros potencialmente activos de la nación”, y no sólo instrumentos pasivos de una democracia formal que permite el derecho a votar cada 4 años. 

La aplicación de este enfoque pedagógico vehicularía el conocimiento y el cumplimiento de la Constitución por gobernantes y gobernados como prerrequisito del desarrollo humano, lo que deviene en empresa muy interesante, pero harto compleja. Ante todo porque se considera la Constitución como un libro hermético e inescrutable, reservado a eruditos, juristas y políticos profesionales. También la profusa referencia a tecnicismos jurídicos requiere de reconocidas capacidad y competencia profesionales para acometer la complicada tarea de hacerlos comprensibles y asimilables al ciudadano de a pie. 

Por demás, y como bien apunta mi padre Juan José Ayuso: “Las fallas de la instrucción y la educación en sus diferentes niveles conciernen también a lo cívico. El dominicano promedio carece de formación como ciudadano”, y si no se le forma como uno “consciente de sus derechos pero igual en conciencia de sus deberes, es poco posible que el país pueda concitar y ejercer el propósito nacional de su desarrollo democrático, como en efecto”. 

En esta lógica didáctica que reivindica Solozábal, la Constitución “opera como un vehículo de socialización de sus valores”, por lo que los autores de la española del 1812 prescribían su enseñanza en las escuelas, y la de Weimar en la Alemania del 1919 establecía que los alumnos recibieran su ejemplar al terminar su escolarización. En el caso de la dominicana del 2010, desde la Fundación Equidad, Inc. hemos asumido el reto y realizamos ingentes esfuerzos por redactar “La Constitución para todos”, una versión del texto de fácil comprensión que produzca un acercamiento de la misma a la vida real de la mayoría.

El Nacional

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