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“Cataluña, no te vayas”
Corría el verano del año 1988 en ese sur de Francia cuya luz y color de amarillo girasol pintó Van Gogh como nadie. Ya en vacaciones de la Universidad d’Aix-Marseille y a mis escasos y fogosos 24 años, decido con un grupo de amigos que era el momento propicio para conocer la madre patria que vio nacer mi bisabuelo paterno. Armamos viaje y, como estábamos relativamente cerca, a escala continental, de Barcelona (489,1 km), arrancamos una mañana soleada.

A media tarde hacemos triunfal entrada en esta ciudad de imponente arquitectura y evidente estado de bienestar, bordeada por la costa mediterránea cuyas playas brindaban cuerpos semidesnudos de singular belleza. Nos albergamos en un pequeño hostal cerca del Paseo de la Ramblas y de inmediato inició aquella travesía primigenia por la España que conocía por las anécdotas de mis ancestros, las bellas artes y la literatura.

Hoy reconozco y lamento en el alma que mis impresiones de entonces sobre cómo reaccionaron los catalanes de a pie a nuestras preguntas llenas de curiosidad por conocer más del Reino de España presagiaron, en cierta medida, esta deriva secesionista de Cataluña que será decidida en las urnas el próximo 27-S. Para mi ser español y catalán era “la même chose” y así lo sentía cuando tarareaba los poemas hecho canciones del gran Joan Manuel Serrat. No obstante, en esos días lejanos escuché argumentos que hoy logro entender: los respeto pero no los comparto.

Igual desde esa América Latina para la que Barcelona ha sido hogar adoptivo de 3 de sus 5 premio Nobel de literatura: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Pablo Neruda, escritores e intelectuales imploran a Cataluña que no se vaya, porque “no le hace ningún bien la independencia” como expresa Brice Echenique, o a lo Roncagliolo: “Cataluña no sólo sería una pérdida para España. Lo sería para el mundo hispano. Y ese mundo sería una pérdida para Cataluña, aunque a los nacionalistas no les importe”.

También este debate, que pasa por temas de identidad cultural y lingüística que los catalanes reivindican con una mezcla de tenacidad y obstinación, es sobre economía. En el diario El País los economistas Borrell y Garicano resaltaron el interés de los defensores de la secesión en recibir los 16.000 millones de euros que pagan los catalanes en impuestos y no los reciben a cambio como gasto público. Xavier Sala I Martí, catedrático en Columbia University, escribió: “¡nadie quiere la independencia para eliminar el déficit fiscal! Se quiere para poder implementar políticas económicas y sociales pensadas por y para los ciudadanos de Cataluña”.

Visto estos altos niveles de etnocentrismo y desafección por la pertenencia a esta monarquía cuya Constitución “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidariad entre todas ellas” (Art. 2), no es de extrañar que también se desdeñe la membresía a la Unión Europea, a la que los Estados transfieren competencias soberanas a órganos supranacionales.

Para mis hijos, quizá lo más grave sería ver al Fútbol Club de Barcelona y a Lionel Messi fuera de la liga española. En todos los ámbitos, ojalá los catalanes quieran lo mejor para ellos mismos.

El Nacional

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