Opinión

AL DÍA

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La muchacha recorre  parte del barrio de Villa Mella, calle arriba y calle abajo, con su venta a la cabeza: aguacates.

 Muy joven, debe ganarse la vida con un gran esfuerzo. Caminar cansa y cansa el doble hacerlo con una caja pesada a la cabeza.

 Uno de los vecinos, casi siempre que coinciden él a las puertas de su casa y ella que pasa, la llama, le compra uno o dos y le pide a la esposa que le traiga un vaso de agua con hielo o, con hielo también, un poco de jugo.

  El gesto, y el descanso, permiten que entre la muchacha de los aguacates y el hombre y su mujer se entablen pequeños diálogos.

 “¿De dónde eres?”. La pregunta viene automática.

 “Yo soy etranjela”, responde la vendedora.

 Su color es negro retinto y para la pareja que habla con ella, la pregunta de su procedencia cumplió una formalidad. La muchacha es negra retinta como solo saben serlo los haitianos.

 La muchacha conoce el “almendrón” y con inteligencia y sagacidad encontró el subterfugio de “extranjera” para no tener que decir haitiana.

 “Aquí hay españoles y amelicanos y ellos son etranjelos… También yo lo soy porque aunque no soy española ni americana, vengo de otro país y por eso soy etranjela”, dice, contenta de haber encontrado una explicación inteligente.

 (La pareja que refiere la pequeña historia de lo cotidiano, con admiración por el subterfugio que ha encontrado la haitianita para no decir a los dominicanos un gentilicio que por tradición no les gusta y por ello trata de imitar la forma de hablar de la muchacha de los aguacates.

 (Hace muchos años, el poeta Chery Jiménez Rivera, de Montecristi en la Línea Noroeste, escribió uno de sus mejores poemas y uno de los mejores poemas de la literatura dominicana: “La haitianita divariosa”.

 (“Divariar”, en las provincias del Cibao, es perder la razón.

 (En los días en que la haitianita del poema de Chery “iba a impliaise” con el joven marinero dominicano, este murió en una tormenta que en alta mar atacó de sorpresa al grupo.

 (La muchacha no resistió el choque y en lo adelante, cuentan los versos, erró por los caminos de Montecristi con una expresión de locura de dolor más allá de las lágrimas y de las palabras).

 La “etranjela” de los aguacates recuerda solo por su nacionalidad a “La haitianita divariosa” del poema de Jiménez Rivera aunque aquella no necesitó, todavía, buscar la manera de encubrir su nacionalidad despreciada y perseguida por el reflejo de la mentalidad de una clase dominante que lleva a los dominicanos, negros en un 85 por ciento, a despreciarse y perseguirse como haitianos.

El Nacional

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