Opinión

AL DÍA

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En febrero de ese año, el sempiterno candidato en el poder Joaquín Balaguer enfrentaba al potencial que volvían a reunir el Partido Revolucionario y su candidato José Francisco Peña Gómez después de la caída de 1990.

 El caudillo neotrujillista urdió entonces la que debe ser el paradigma de su política de perversión con una campaña racista y antihaitiana que rendiría sus frutos.

 En su discurso ante la Asamblea del 27 de Febrero, Balaguer retrotrajo el recuerdo de la Separación de 1844, que el pueblo dominicano realizó de la reunificación que había proclamado Haití en 1822.

 El candidato Peña Gómez venía sin duda de un origen haitiano aunque nunca lo reivindicó. De manera olímpica, el dirigente perredeísta le dio de lado al tema y, como respuesta al racismo y al antihaitianismo, se ufanaba y vanagloriaba de ser recibido y tratado con respeto por los “blancos” europeos.

 Pero no eran los “blancos” europeos quienes votarían en las elecciones de mayo sino el 15 por ciento de blancos de la composición social, económica, política, racial y étnica de los dominicanos y el 85 por ciento de mestizos y negros cuya mayoría sueña y dice ser blanca o por lo menos “india”, o “indiecita”, o “india lavada”.

 El gran fallo de Peña Gómez fue no aceptar su origen racial y étnico y enfrentar con ello, y con los mejores argumentos que hay, la campaña racista y antihaitiana de su adversario Balaguer y de otros dominicanos “bovaristas” y alienados de los que hacen, tuercen y retuercen opinión pública.

 Balaguer enarboló como lábaro de campaña la bandera dominicana, ante el “peligro haitiano” que predicaba encabezado por el candidato del PRD, y lo mismo hicieron otros dos adversarios.

 Juan Bosch ni Jacobo Majluta pusieron el menor reparo a participar junto a Balaguer en esa campaña perversa, en la ilusa creencia de que con la baja del liderato de Peña Gómez iban a crecer los suyos, y sus partidarios, en caravanas, “bandereos” y mítines enarbolaron también las banderitas dominicanas.

 (Majluta no se recuperó nunca de su victoria de 1986, entregada a Balaguer por el entonces presidente Salvador Jorge Blanco, por el secretario general Peña Gómez y por el dirigente Hatuey De Camps.

 (Para esos tres dirigentes del PRD inició en ese momento una caída de la que no podrían levantarse jamás).

 Tras las elecciones de 1994, que ganó Peña Gómez con la oposición del acostumbrado fraude de Balaguer, el país se vio al borde de una crisis que el caudillo neotrujillista, el embajador norteamericano Robert Pastorino, Bosch y el mismo Peña Gómez resolvieron con un “pacto por la democracia” que fue la tumba del último.

El Nacional

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