Opinión

Al límite

Al límite

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Este desastre tiene responsables. Nosotros incluidos. De una u otra forma, por acción u omisión, debemos asumir, con espíritu crítico, nuestra cuota en los pésimos índices que esta nación arroja en términos económicos, sociales, políticos, institucionales, culturales y de seguridad ciudadana.

 Esa responsabilidad compartida debería generar su correspondiente sistema de consecuencias. En términos políticos, la primera sería el convencimiento de que no es posible continuar respaldando las organizaciones partidarias a quienes tantas oportunidades se les han dado y han traicionado la ilusión colocada en sus manos.

 Para la gente, la penalización sería abandonar su estado de indiferencia cómplice e incorporarse a esfuerzos por transformar este estado de cosas y contribuir a la creación de un proyecto de nación capaz de revertir un sistema que, de preservarse, prolongaría hasta la eternidad nuestras miserias.

 En el país están dadas las condiciones objetivas y subjetivas para la construcción de una opción política auténticamente nueva. Pero eso no basta. Múltiples intentos se han desplegado y han resultado fallidos, o sus productos se han pervertido apenas traspasar las puertas del Palacio Nacional, como ha sucedido con el PLD.

¿Qué hacer para evitar que ocurran esas eventualidades? Para que no se diluya en la fase organizativa, lo primero es no reiterar errores de experiencias pasadas, caracterizadas por improvisación, sectarismo, afán de protagonismo, importación de modelos foráneos, caudillismo, autoritarismo y machepismo.

El camino a transitar, para alcanzar el éxito tantas veces negado, deberá estar signado por un ejercicio profesional de la política, en el cual, las ejecutorias respondan a una planificación científicamente estructurada, expuesta sobre la base de una simbología atractiva, creíble más allá de las individualidades y sustentada por un mensaje que se instale con derecho propio en el corazón de una mayoría que hará suya la propuesta y trabajará para traducirla en poder político.

El antídoto para impedir que el fracaso sobrevenga en las horas de ejercicio gubernamental y se convierta en otra decepción, pasa por la toma de conciencia de que es imprescindible revertir el modelo económico y político que soporta la precaria vida democrática del país. Un mecanismo excluyente, reafirmador de distancias entre opulencia y pobreza, que hace difícil acceder a condiciones materiales de existencia dignas a partir del esfuerzo personal y el trabajo decoroso.

Hay que garantizar el fin de una gestión pública impulsada por la voluntad de una persona en desmedro de la institucionalidad. El imperio de la constitución y las leyes, así como su aplicación rigurosa, al margen de la condición social de los justiciables, debe dejar de ser un anhelo entre nosotros. La transparencia en el manejo del patrimonio colectivo, la obligatoriedad de rendir cuentas y el respeto irrestricto a los derechos humanos, serían ejes fundamentales en la impostergable refundación que amerita nuestra nación.

Lograr eso es difícil. No imposible. Salvo que continuemos bajo los parámetros que nos rigen desde los albores de nuestro nacimiento como república. Decidir en una u otra dirección es responsabilidad de cada uno de nosotros. Los efectos de una mala elección, sería el precio que continuarían pagando nuestros descendientes.

yermenosanchez@codetel.net.do

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