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Ángela, el arte de lo quieto

Ángela, el arte de lo quieto

A Ángela Hernández me la imagino cámara en mano, serena, pero con el leve temblor ante la presencia de lo bello o inesperado, deslumbrada ante el espectáculo de una luz derramándose por la ventana y bañando la cortina, haciendo que la casa o el edificio en ese momento adquiriera un tono de misterio. Entonces desde la firmeza del dedo, la veo, apretar y desencadenar el click, hacer el salvamento de ese instante.

La fotografía, posteriormente colgada en la pared, deja atrás ese instante, pero nos asegura que existió ese momento, que se dieron las circunstancias que lo posibilitaron. Lo que ha hecho la artista es prolongarlo y afincarlo en la existencia, no dejar que éste cayera en el baúl sin fondo que es el tiempo, que todo lo pierde, que no hay cosa que no borre.

Hay otra fotografía que me provoca similar movimiento espiritual, un tipo de desazón al que ya estoy acostumbrado. (Donde aparece la calle Benito González en un plano discreto). Lo que no se fija en una imagen, en un poema, en una crónica, aunque ocurra, es como si nunca hubiese ocurrido. El arbitrio del tiempo es inmisericorde. Es inevitable que yo trate de recrear a la artista Ángela con el artefacto en pos de reproducir el momento: la esquina que acoge de manera similar al solitario paseante, la luz mortecina, la basura, y el letrero que anuncia y que ha sido leído por cientos de citadinos.

Estas son fotografías de la muestra “Destellos” que presenta Ángela Hernández en la Biblioteca República Dominicana de esta capital, una ciudad tan vitalmente desalentadora. 42 son el total. Recorro la exposición con gusto, pues la misma embruja, da ese tono de reposo y sosiego que permite pensar que lo fotografiado una vez tuvo en glorioso movimiento.

En esta muestra hay un detalle: hay pocos rostros, y lo pocos son tomados a distancia. Hernández se ha decantado por preferir el ambiente, la geografía es lo que la subyuga. Hay ocasiones en que aparecen seres humanos, pero son desdeñadas las caras. El suelo, la tierra, la nieve, el rastro de sangre, el objeto abandonado, cobran el protagonismo.

Aparecen también sus temas preferidos: la ciudad, los libros, el mar, el rostro de Lorca en una portada que descansa del lector.

Ángela ha colocado las cosas que fotografía en estado de magia, final cometido del artista. Esa es la tarea del fotógrafo artístico, a quien se le llama erróneamente, artista del lente, cuando más bien es un artista del ojo.

Ángela Hernández, reconocida ya como poeta y narradora, se nos revela cofotógrafa de estirpe. Entrar al espacio de la muestra es quedar atrapado en cierta densidad, ya que las fotografías son acompañadas por textos poéticos que seducen del mismo modo. Sabiamente estos poemas hacen las veces de títulos.

Pero, hay ocasiones en que uno debe dividirse, en que el nivel de los sentidos queda atrapado en dos mundos que regalan excelencia.
Ángela, con fuerza, crea el ambiente, nos envuelve, nos somete a introducirnos a su geografía espiritual. Antes lo había hecho con su literatura, ahora con estas imágenes que no tienen nada de muertas, sí de una contundente vivacidad.

La muestra, a mano derecha cuando se entra a la biblioteca, está a disposición de un simple giro y corta caminata. Bien merece la pena adentrarse y darse un chapuzón del misterio que ella contiene.

A la fotografía, ese género artístico que goza de tanta salud en Europa, y que aquí padece de gripe, debemos prestarle mayor importancia. La muestra de gran calidad que Ángela nos regala, nos lo recuerda: el arte de lo quieto sacude el espíritu.
El autor es escritor y periodista.

El Nacional

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