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BAJA EL TELÓN

BAJA EL TELÓN

La vida intensa de los actores –

La inesperada muerte súbita del laureado hombre del teatro dominicano Enrique Chao trajo a mi memoria lo que reveló hace algunos años la afamada actriz norteamericana Meryl Streep.

Dijo que cuando ella caracterizaba un personaje pasaba días o semanas gesticulando, hablando, y hasta pensando como este en la vida real.

En un conversatorio que sostuvo el veterano actor Yván García en un centro cultural, y al cual asistí, le pregunté si alguna vez le había ocurrido lo mismo que a la artista estadounidense.

Su respuesta llegó de inmediato: “no podría mentir, porque está presente mi esposa, testigo frecuente de situaciones similares”.

Durante los días de mi infancia y adolescencia mi héroe favorito de los libros, la radio y el cine lo fue Tarzán, la excelente creación selvática del escritor Edgar Rice Burroughs.

En los años finales de la década del cuarenta escuchaba a la una de la tarde, a través de la Cadena Oriental de Radio cubana las aventuras del llamado rey de la selva, y en el cine lo veía personificado por el actor Johnny Weismuller.

Y leyendo los libros de Burroughs, las hazañas de Tarzán sacudían intensamente mi imaginación de niño.

Sentí una pena lacerante cuando me enteré a través de la prensa internacional que Weismuller, afectado de demencia senil, asumía la personalidad del vencedor de leones y tigres y lanzaba su grito de victoria de manera continua.

Lo relatado hasta ahora pone de manifiesto la tensión emocional que sufren aquellos que tras largos ensayos con memorización de parlamentos y de movimientos escénicos, exilian su personalidad para asumir la de otro.

Los aficionados del arte dramático sabemos que Franklin Domínguez es nuestra mayor y más versátil figura de ese género, con decenas de obras escritas, y centenares dirigidas y actuadas.

Entonces hay que partir de la premisa de que, al igual que Meryl Streep, Yván García, y seguramente el ido a destiempo Enrique Chao, habrá gesticulado, hablado y pensado fuera de escena, como algunos de sus personajes descritos, actuados, o dirigidos.

Por eso no me sorprendería si viera a mi amigo Franklin Domínguez fungiendo de sacerdote sin sotana, en medio de cualquiera vía capitaleña, absolviendo de sus pecados a uno que otro asombrado peatón.

Lo digo porque recientemente admiré su soberbia actuación en el papel del cura José María en la obra de Bill C. Davis, Pecados Enfrentados, en la Sala Ravelo, del Teatro Nacional.

Puede afirmarse que un actor ha conseguido la estelaridad en un rol, cuando los espectadores no lo ven a él en escena, sino al personaje en el cual se ha introducido.

Y fue lo que hizo Franklin Domínguez cuando durante más de dos horas su planta se desplazó por los rincones del escenario de la Sala Ravelo.

Afortunadamente, junto a él participó el talentoso joven actor Exmin Carvajal, en el difícil personaje del seminarista cuestionador Tomás, sin desmerecer en lo mínimo de su diestro y supra veterano acompañante.

Y algo que ya no constituye noticia es la siempre insuperable dirección de Germana Quintana.

El Nacional

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