Opinión

Balaguer y Santana

Balaguer  y Santana

De ser en vida los insultos que se tributaron a sus cenizas durante la ceremonia para depositarlas en el Panteón Nacional, donde descansan los restos de las personas que se sacrificaron por la patria, los hubiera recibido con la más solemne devoción.

Porque con una trayectoria marcada por la total ausencia de escrúpulos, lo significativo para él era el reconocimiento. Hoy, con motivo de conmemorarse el 174 aniversario de la batalla del 19 de marzo, en Azua, se le rendirán unos honores de los que es indigno, porque el verdadero héroe de la contienda es el general Antonio Duvergé.

Después de descalificarlo como prócer y presentarlo como un rufián, el doctor Joaquín Balaguer consideró en 1975 que con el caudillo de El Seibo, Pedro Santana, había una deuda histórica por su lucha para impedir que una vez proclamada la República en 1844 los haitianos volvieran a ocuparla.

“Que la justicia de Dios, más grande que la justicia de la historia, te proteja contra la persecución de tus enemigos y te permitas, al fin, reposar definitivamente en este templo de la inmortalidad”, proclamó el mismo Balaguer que había calificado de persecutor y sicario de la patria al responsable de la anexión a España en 1861.
El Santana que describe Balaguer merecía estar en un zafacón y no en el Panteón.

“Siempre he sentido”, dice el autor de “El cristo de la libertad”, “una sorda aversión y una incontenible repugnancia por tu despotismo sin control y por tu falta de caridad cristiana.

Lo que nos repugna y horroriza en ti es el odio irracional y el encono salvaje con que perseguiste a tus víctimas”. Balaguer seguía diciendo: “Una de tus primeras víctimas, Bonifacio Paredes, fue fusilado en El Seibo por el robo de un racimo de plátanos, y una de las últimas, Aniceto Freites, un inválido, fue llevado ante el pelotón de ejecución en una silla de ruedas”.

Ni hablar de los fusilamientos tan infames como los de María Trinidad Sánchez, el prócer Francisco del Rosario Sánchez y del héroe Antonio Duvergé.
Todavía pudiera elevarse de sus cenizas para defenderse, el Santana que describe Balaguer jamás, por su naturaleza, lo hubiera hecho.

Era un ser colmado de ambiciones y delirios de gloria, capaz de humillarse y hasta de vender su alma al diablo a cambio de reconocimientos y poder.

“Aun si se admitiera que negoció la anexión para salvar al país de las invasiones haitianas”, plantea Balaguer, “queda siempre al descubierto en su conducta (de Santana) el pago que exige el mercader o el que recibe quien realiza una operación onerosa: un hombre de más altura hubiera desechado el título de marqués que se le ofreció por la venta y la investidura de Capitán General con que se premió su servilismo”.

El Nacional

La Voz de Todos