Reportajes

Belicismo

Belicismo

Ya pueden dormir tranquilos pacificistas,  objetores de conciencia, antibelicista y opositores de tan horrible y brutal acontecimiento como es la agresiva guerra, incluida una casi unilateral, la de Estados Unidos y aliados contra Irak.

“Todo el Oriente Medio y el mundo se habrán de estremecer con el notición de que hay un antihéroe que se atrevió a precipitar una guerra a través de una “confesión” que mantiene tropas a miles de kilómetros de donde fue sido planeada con gastos inmensos; que drenan, todavía, la sacudida economía del pueblo. metido a fuerza de propaganda invasiva, en dos guerras imposibles de ganar.

No se trata de venir a decirle ahora al mundo que el presidente de la nación más poderosa, como ya ocurriera con otro, destituido por vía de la renuncia, es un mentiroso. En un emperador, por más disminuido que se vea en el rol de mandatario, no cabe la mentira.

Hay, aunque sea tardíamente, que amarle el muñeco del engaño” de que fue objeto, de las aviesas mentiras que le llevaron a unas hostilidades que “no” quería.

Además, hay que cuidarse de otro moralmente ruinoso Watergate pues en esto hay demasiados intereses y hay que proteger al que se prestó a dar las peores órdenes de ejecución y de muerte, algunas vengativas y personales como las que dispuso contra los hijos de Sadam Hussein, después de tratarlo a él de “perro” ante el mundo entero. Hay que colocar el trabajo sucio en las manos y en la boca de alguien que pueda restarse al complicado juego de admitir la “mentira” diseñada ahora que el emperador ha vuelto a cobrar cierta vigencia relativa y efímera.

Después de cientos de miles de muertos, después de inmensos destrozos y pérdidas irreparables, tras una amplia jornada de imborrable descrédito internacional, el tan esperado culpable de la guerra de Irak –no el petróleo, eso es cosa de poca monta-, fue encontrado finalmente, sano y salvo.

El hombre, Rafi Ahmed al-Janavi, ha confesado su enorme fechoría consistente en decir falsamente que había “armas de destrucción masiva” en el país árabe.

Permaneció en el anonimato por muchos años hasta que maduraran las condiciones en que se le culpabilizara de la guerra para el consumo de aquellos que están dispuestos a consumirlo todo y no digerir nada, no discutir, no argumentar nada.

En esas condiciones hay millones de almas en el mundo entero y más aún en un pueblo anestesiado día a día en el universo casi infranqueable del consumismo y de la enema diaria.

En todo acontecimiento histórico e importante siempre hay un embustero de por medio.

Tras una década de búsqueda incesante, el hombre confesó, finalmente.

Ese oportuno y vital dato, ansiosamente procurado, sin necesidad de comprobaciones, como es la costumbre y como es lo correcto, sin la más mínima necesidad de verificaciones sobre el terreno, a través de la tecnología satelital avanzada que hay disponible, fue fundamental para precipitar una guerra que no dio pie a la imprevista casualidad de que se tratara de un error o un dato falso.

Lo de la falsedad se podía dilucidar una década después cuando las hostilidades se fueran helando y ya no fueran el foco de la “prensa internacional” liderada por el país gestor del conflicto bélico.

Ciertas o no –eso no importa tanto-, las armas de destrucción masiva en territorio iraquí, la prioridad era la guerra.

Ahora, por fin, hay un delincuente que exculpa al pequeño emperador clánico del oeste estadounidense y que lo prepara para ser un posible héroe en el futuro amnésico que está por venir cada segundo del tiempo.

Mientras, el pequeño emperador clánico, amigo de los tragos bien cargados, vuelve a lucrarse con los libros que va vendiendo exitosamente, exculpándose, como era lo esperado, y de cuyas páginas no va a brotar el llanto desconsolado de los niños huérfanos, lisiados, asesinados, desde el aire por el bombardeo masivo e inclemente desde el aire, desde el mar, desde tierra.

Cuándo se ganó, de su lado, el célebre ingeniero por “confesar”” a posteriori la guerra iraquí?

Talvez no se sepa nunca, envuelto el detalle entre los secretos de Estados que vienen a conocerse medio siglo después, si es que llegan a saberse, cuando el hielo de las páginas del libro de la verdad cubre todos los ánimos y los nietos de los nietos de los participantes leen tranquilamente el libreto utilizado, y los actores de reparto, como asimismo los actores principales, descansan en el “fuego eterno” de la ira ya innecesaria de una gesta bélica libertaria al menos para las grandes corporaciones de los cañones, los aviones, las carreteras, los contratos ambiciosos y el petróleo conquistado a sangre y fuego.

Un apunte

Archivos secretos

El Departamento de Estado de Estados Unidos reúne millones y millones de documentos secretos sobre sus ejecutorias de inteligencia, militares, intervencionistas e imperiales, que desclasifica decenas de años después.

El Nacional

La Voz de Todos