Opinión

Bla, bla, bla…

Bla, bla, bla…

Durante dos interminables horas estuve escuchando el más largo, aburrido y repetitivo discurso de todos cuantos ha pronunciado Leonel Fernández.

Habló largo y tendido sobre temas que ya ha tratado en otros discursos. Formuló las mismas promesas de hace años; las mismas obras del 16 de agosto cuando tomó posesión.

Nada nuevo.  Las mismas palabras, los mismos gestos, las mismas promesas, las mismas mentiras amarradas en medias verdades, el mismo tono de voz, el mismo narcisismo oratorio, el mismo escenario, los mismos aplausos… los mismos invitados.

(Lo único nuevo del escenario fue el sombrero de la Primera Dama que se veía de lo más chulo)

Mientras el presidente hablaba yo sentía que me estaba tomando el pelo, que estaba poniendo en dudas mi inteligencia y capacidad de discernir.

En más de una ocasión me levanté del asiento como empujado por un resorte. lleno de rabia e indignación. Un pueblo no puede ser tratado de manera tan irrespetuosa, este pueblo no merece la burla ni el cinismo, la mentira y el engaño. Este pueblo merece que le digan la verdad de la crisis económica, su  dimensión; no que le pinten pajaritos en el aire, no que le dibujen un país fantástico y maravilloso donde triunfan la paz y el amor, como en una película norteamericana donde los protagonistas terminan abrazados y besándose cálidamente.

Creo haber sido el único dominicano que vio completo el discurso del presidente. Y lo hice esperando que hablara sobre la delincuencia, el narcotráfico y la corrupción.

Cada vez que hacia una pausa, que miraba de un lado al otro el “telepromter” para leer el discurso, pensaba que hablaría de algo interesante que llenara las expectativas de la población. Pero no, seguía con su perorata insulsa, con sus números maquillados de fe y esperanza, con sus cuentas y sus cuentos, jugaba con los porcentajes de la economía del país y del mundo.

Para justificar sus inconductas políticas de la campaña electoral pasada donde invirtió más de 50 mil millones de pesos que le sirvieron para comprar la reelección,  comparó a la República Dominicana con Argentina, Chile y Brasil diciendo que en esas naciones la nómina pública es más alta que la nuestra.

Esa es una manipulación absurda y caprichosa que no logra convencer a nadie, pues en esos países no existen nominillas, ni botellas, no hay embajadores y cónsules por todas partes y en ambulancia, ni secretarios de Estado con cartera y sin cartera cobrando sin trabajar. Los tránsfugas no cobran del dinero del pueblo. El problema no está solo en el monto de la nómina pública, es en la calidad de esa nómina. El embajador chileno en el país debió sentirse ofendido al escuchar la comparación.

Tengo en mis manos los últimos discursos del presidente Fernández. Los veo una y otra vez. No sé cual es el primero y cual es el último. Su parecido es enorme. Si para el 16 de agosto próximo el presidente de la República sale de gira o se siente indispuesto puede enviar a la Asamblea Nacional un vídeo.  

(Invito a cualquier investigador social, periodista, sociólogo, político o historiador, que examine todos los discursos del presidente de la República y verá cuantas veces ha dicho que terminará tal o cual obra pública, que hará tal o cual cosa. Vean, por ejemplo, el discurso del 16 de agosto del año pasado y se darán cuenta de lo que digo).

Una cosa es clara: Al presidente Fernández se le fue el brillo, la magia. Ya no impacta

Nadie leerá completo su discurso. Es un purgante. No llenó las expectativas. Que habló mucho, como siempre, pero no dijo nada. Es un sofista.

La opinión pública esperaba que tomara medidas concretas para enfrentar el narcotráfico y el crimen organizado, que expusiera las medidas que su gobierno adoptará para meter a la cárcel a los  corruptos, que nos dijera cómo piensa garantizar la seguridad ciudadana, qué piensa hacer con las Fuerzas Armadas y la Policía, que se  ven envueltas en escándalos cada vez más serios, y que muchos sectores opinen que deben ser disueltas.

La gente quería soluciones. El pueblo esperaba cambios, no promesas.

El que habló el viernes ante la Asamblea Nacional no parecía un presidente que piensa en el retiro; alguien que pretenda pasar la antorcha; se trató de alguien con deseos de continuar. Su discurso no era de rendición de cuentas del año pasado; era  de un candidato. No habló el estadista, habló el candidato sempiterno a la presidencia de la República, como su paradigma Joaquín Balaguer.

El discurso del viernes bien puede calificarse de, “frustratorio”, “deprimente”, “burla”, “demagogo”, “cínico”, “farsa”, “más de lo mismo”, “reiterativo”, “evasivo”, “mentiras y falsedades”,  “narcisista”, y “reeleccionista”.

El Nacional

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