Opinión

Boda de agua

Boda de agua

Hoy domingo 7 de mayo Lourdes (Lulú) y yo cumplimos medio siglo de unidad matrimonial, precedida de cuatro años de intensos amores, en un periodo de intensas luchas sociales y políticas (1963-1967).

Recordamos un matrimonio familiar sencillísimo ante juez civil, realizado en nuestro apartamentito alquilado de la Sánchez No. 10, Santo Domingo-Zona Colonial y Constitucionalista, donde se formalizó esa promisoria relación de amor, mancomunidad de ideas y conductas altivamente subversivas del injusto y oprobioso sistema dominante.

Desde entonces hemos disfrutado de medio siglo maravilloso de amor en pareja y en familia, por lo que nada obstruye nuestro propósito de celebrar en grande -siempre con la misma sencillez- esta sublime “boda de agua”; de “agua” porque ella vale millones de veces más que el oro, como decimos quienes valoramos y amamos Loma Miranda, Los Haitises, Valle Nuevo y nuestros hermosos parques nacionales.

Celebrarla sí con la modestia y energías positivas derivadas de nuestro permanente compromiso con el amor que nos une, la Madre Tierra y la emancipación y felicidad colectiva de la humanidad.
Muchos han sido los records nacionales e internacionales que juntos hemos superados en estos espléndidos 50 años; entre ellos, el de nunca haber tenido que sufrir el castigo de dormir “pa los pies” o “mudarnos de habitación”. Ninguno de los dos.

O el record de permanecer tan rojito-rojita (no “coloradito/a”) y tan tozudamente comunistas-libertarios–feministas-caamañistas como en aquel lejano y estelar abril-65 que siempre recordamos y abrazamos, y en los formidables añitos de combates estudiantiles-uasdianos-fragueros que le precedieron, no importando sacrificios y riegos; esto, sin el menor desprecio o prejuicio –más bien, setentones ya, militando sin egoísmos ni dogmatismos- en los Verdemiranda, Verdemarcha y eco-feminismo de estos tiempos esperanzadores; siempre con el entusiasmo de nuestra eterna juventud.

Los regalos recibidos son múltiples y haremos porque perduren por los siglos, entre ellos:

El amor y placer sublimes que no cesan de crecer mientras nos esforzamos en permanecer inseparablemente juntos.

El tierno amor de nuestros hijos, hijas, nieto, nietas, padres, madres, hermanos/as y familiares cercanos.

El intenso cariño que cotidianamente recibimos del pueblo sencillo y gran parte de la muy diversa sociedad dominicana.

La solidaridad política y el afecto humano de camaradas de aquí y el exterior que comparten ideales y combates.

La amistad sincera y trato afable que nos ofrecen innumerables movimientos y personas de variadas creencias y convicciones.

Esa es, en definitiva, nuestra gran e inconmovible fortuna. No necesitamos más.

El Nacional

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