Opinión

Bosch: la Restauración

Bosch: la Restauración

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En la página 109 de “La Guerra de la Restauración”, Bosch se atreve a decir lo que Pedro María Archambault calla sobre Benito Monción: “Lo que Archambault se negaba a decir fue que Benito Monción había sido suspendido en su empleo de peón de la finca que los Rodríguez tenían en Dajabón porque sustraía cerdos de esa finca, y probablemente el estigma de ladrón lo habría perseguido por el resto de su vida si la guerra Restauradora no le hubiera brindado la oportunidad de demostrar sus excepcionales condiciones para la acción militar”.

Claro, ya Juan Bosch había explicado en capítulos anteriores quiénes conformaban las tropas liberadoras y cómo las relaciones dialécticas producidas por la miseria y la discriminación etnosocial había hecho posible su determinación de guerrear.

La relación analógica realizada por Bosch entre Gaspar Polanco y Francisco Caamaño es un verdadero despliegue narrativo.

Dice Bosch, refiriéndose a Polanco y Caamaño: “Gaspar Polanco había sido un alto oficial del ejército español hasta hacía pocos días, pero estaba jugándose la vida en una guerra contra España y todos los combatientes de la guerra restauradora que estaban bajo su mando lo aceptaban como jefe.

Algo parecido iba a suceder ciento dos años después (1863-1965), cuando el coronel Francisco Alberto Caamaño, que había sido el jefe de un cuerpo de la policía encargado de reprimir manifestaciones políticas, se puso al servicio de la Revolución de Abril y de un día para otro quedó convertido en el jefe militar de ese movimiento”.

De esta manera Bosch instrumenta cortos historiales de los hombres que se convirtieron en héroes —pero que la mayoría de los cronistas de nuestra historia callaron—, sustanciando su intención conductora de hacer comprender al lector que la rapidez de la acción guarda una relación dialéctica con la agudeza de la explotación del hombre por el hombre.

De ahí, la caída en manos de los restauradores de una gran parte del Noroeste a tan sólo dieciocho días de haber comenzado el conflicto y de ahí, también, la prontitud con que el pueblo arrinconó al bien entrenado Ejército Nacional durante la Revolución de Abril.

Desde luego, la sola recopilación de un material, tanto testimonial como especulativo, no puede determinar la autenticidad científica, y esto Juan Bosch lo supo, pero lo importante del texto se abona con la definición que mediante lo expositivo y lo analógico determina una totalidad ideológica entre muchos de los fenómenos que determinaron la guerra de la restauración y la revolución de abril, aún adoleciendo el país de cuadros similares entre sus relaciones de producción.

Por eso, Bosch hace un llamado a los sociólogos en la introducción del libro, advirtiéndoles “que la República dominicana no era todavía en los años 1860 y tantos una sociedad capitalista, sino claramente pre capitalista”, y en el párrafo siguiente apunta que “para esos años en el país no había una sola industria y por tanto no había obreros”.

El Nacional

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