Opinión

Calvo

Calvo

Soy calvo. Ahora bien, más que la falta de cabello en la cabeza, el tránsito a la calvicie es más doloroso que el hecho consumado. Mantengo los recuerdos de mi niñez, sentado en un sillón de barbería,  ensimismado y con pensamientos libidinosos,  ante tres posters de las divas Mayra (El Ciclón del Caribe), Iris Chacón y Alexandra Johnson. Pero  me sacaba de mis pensamientos lascivos el bobalicón del barbero cuando me decía, “…Tú vas a ser calvo…”.

Mas, la inocencia de un niño es tal que no hubo calvo que me pasara cerca y que se librara de la burlona frase que sentencia: “Brilla la luna, brilla el sol, brilla la calva, de ese señor”, manera estúpida de negarle la solidaridad a un colega y también de escupir para arriba.      

Sin embargo, debo reconocer que  no todos los peluqueros de mi infancia fueron despiadados  con mi alopecia en ciernes; hubo uno de estos que me insufló los primeros hálitos  de conformista  cuando una mañana me dijo: “Sólo hay algunas cabezas perfectas, las demás las cubrieron con cabellos”.

Es indiscutible que los calvos forman  una mayoría tangible en la mayoría de los países. En México y El Salvador, al calvo le llaman “pelón”; en Bolivia le dicen “pajla. En Perú lo conocen como “pelado”. En francés calvo es “chauve”, y en inglés es bald.

Hay que reconocer la burla del mundo de  los cabezas lampiñas, y de ahí que nadie olvida la mofa  un comunicador anunciando  a pulmón abierto, el producto que representaba  “la última esperanza de los calvos”, mientras él mismo exhibía una calvicie de oreja a oreja.

Algunos consideran la calvicie una maldición y motivo del uso de cientos de productos, y  de someterse  a aparatosas cirugías; mientras, otros han llegado  al uso de  pelucas.

El Nacional

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