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Camino y destino

Camino y  destino

Probablemente el camino se encuentra ayudando a otro a encontrar el suyo. Pienso en la palabra camino como diría destino, ambas palabras sin la carga, una de la sabiduría y la otra, de implicación con la vida y el misterio. El posibilitar a otro la luz para que se desenvuelva con tranquilidad mientras esté en la vía, vendría a ser como una especie de guía. Quien ayuda a otro vivir quizás le esté evitando un mal peor que la misma muerte.

Resistirse a dejar de ser lo que siempre se ha sido, solo es tarea fácil para el que no está en el hacer de pensarse. Pensarse en el cambio por solo el instante de la duda, por una frase hecha, por palabras que de tanto usarse, para lo único que sirven, es para nunca entenderlas desde adentro.

Es estar con todo lo que cotidianamente es parte de uno y uno es parte de esa cotidianidad. Lo que se es no se puede abandonar, no se puede dejar de lado. Estar en silencio no es la ausencia de ruido ni de gente. Es estar con la gente y en el ruido.

Entonces hagamos un poco de ruido, preguntando:

¿Por qué nos molestamos cuando explicamos algo y no nos entienden? Decimos “entender” cuando el que nos explica puede tomar represalias, si le decimos más de una vez que no lo entendemos.

¿Es una ofensa estar perdidos y si buscamos una orientación y nos las dan desconfiamos de ella?
¿Por qué pensamos cuando entablamos un acuerdo que nos van a engañar? Cuando casi siempre es el que duda quien engaña.

¿Es tan difícil mantener una sociedad sin que nuestro sexto sentido nos susurre: siempre hay que cuidarse; que viene siendo como no mostrar todas las cartas?

¿No sé por qué no nos educamos para ser más íntegros y airarnos menos con nuestra mano izquierda, cuando es la derecha la que siempre vive pidiendo perdón y haciendo diabluras, aunque ya no se puedan distinguir cuál de las dos las hace más.

¿Por qué piensas de mí lo que no eres capaz de pensar, y si fuera yo?
¿No sé por qué no dejo de contar, al fin y al cabo, los números para contar muertos son infinitos?
¿Por qué de este lado todo está bien y del otro, llevándoselo quien lo trajo? Si piensa tanto, cuando la sabiduría popular dice: “No le des mente a eso”.

¿Por qué fingimos ofendernos ante la verdad, pues es de dominio público y no tiene vida privada?
Al dar las manos, ¿es la mano la que damos o lo que pensamos dentro?
¿Por qué el dolor desconfía tanto de la experiencia?

¿No sé por qué la alegría simpatiza tanto con las áreas verdes y en las desérticas, siempre y cuando sea desde lejos?

¿Por qué no se debe de confiar en quien apuesta en el juego desde adentro?
Así, mientras más ilimitada es la brecha del buen proceder y el mal proceder, menos vulnerables somos. Mientras más humanos somos, menos lo seremos para con nosotros mismos.

Somos débiles porque conocemos nuestras limitaciones respecto a nuestro proceder. Lo justo sería medir las consecuencias de un proceder determinado cuando sobrepasa o pone en riesgo nuestra condición moral, es decir, la vida.

Si no hay pudor a la hora de sopesar lo que favorece mediante un buen proceder, fue que en la fase de la educación, de las relaciones para con nosotros mismos y nuestros semejantes, falló, y todo lo entendemos como una agresión a las cosas que aspiramos tener, entonces el otro, ¿es el culpable? No se es uno mismo por el hecho de serlo, sino por el otro.

El otro define nuestros límites. Entender las propias limitaciones debería ser el primer elemento a tomar en cuenta ante cualquier decisión que tenga que ver con la palabra emprender.
El autor es abogado y escritor.

El Nacional

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