Opinión

Canto a la amada

Canto a la amada

Se lo dije, mientras leíamos la prensa y ella se aturdió por las trágicas noticias: disparos, cuchilladas, golpizas a mujeres indefensas; y entonces le comenté sobre las frenéticas modas en donde escotes, desrizados, liposucciones y cabelleras postizas arrinconan y vulneran la potestad del macho alfa, ese que se eleva como amo y bastión del hogar.

Sí, le comenté, justo en el momento en que la televisión informaba sobre una apacible mujer golpeada en pleno rostro por la mano implacable de un varón súper potente, quien se negaba a aceptar los actuales tiempos, las nuevas reglas del juego que deciden equitativamente que hombre y mujer deben compartir el paraíso perdido.

¡Claro que se lo dije, mientras paseábamos un atardecer de ensueño frente al mar y los niños tiraban piedras a las olas. Y ella, mirándome fijamente, abrió sus oídos! Sí, se lo dije:

Podrás quedarte, amada mía, le susurré con un dejo de nostalgia y el sol se desgranaba sobre la arena. Podrás conducirme, compartir mis lágrimas; podrás castigarme como hicieron mis padres, tal como ha sido este camino empinado, este vía crucis anunciado. Podrás atajar toda fuga de mis pensamientos, levantar mis piernas para curar la herida; podrás desandar mi vida tal y como soñamos en los comienzos de la nada.

Podrás lapidar mis sentencias poco a poco hasta que no quede nada; podrás quitarme a cuentagotas todo el odio que destilo y hacer renacer la alegría que me aguarda. Podrás estremecer mi ilusión, mi canto, o asfixiar esta garganta que gime.

Ven, amada mía, acércate a mí como una luz en el cuarto a oscuras, como el vuelo herido del águila que cae. Ven, siéntate a mi lado en este húmedo banco frente al mar; anéxame tu cuerpo y déjalo dormido sobre los agitados latidos de mi corazón herido; hazme olvidar que existe la premura, el odio, la congoja de saberme aplastado, la tristeza de presentir la desgracia.

Atosígame, maltrátame como a un perro manso, como a una bestia de instinto ardoroso, como un grillo cuya chicharra se extingue.

Ven, siéntate conmigo, sonríe y muéstrame tus dientes, los empastes que delatan tu vida, las dulzuras que atrapa tu saliva. Porque debemos apurarnos, amada mía, el sol está a punto de estallar y millones de años aún aguardan para volcarnos en el hastío del tiempo. Debemos ponernos en sobreaviso, apresurando el paso y contando cada minuto que aguarda.

Ni un segundo más, amada mía, mi mano caerá sobre tu rostro. La noche que seguirá al caos dentro de millones de años está presentida en tus desafiantes senos, en tus caderas hinchadas, dolorosas, almidonadas con mi saliva y mi aliento. ¿Podrás contar cada instante, tesoro mío? ¿Podrás erguirte sobre las rodillas y quebrar tu estatura en dos? ¿Soportaremos el castigo, la condena, de este conteo dilatado?

Mientras tanto, amada mía, ahí están las gaviotas y palomas aguardando entre buitres, cuervos, serpientes y burlescas hienas.

Entonces me miró y perdonó.

El Nacional

La Voz de Todos