Opinión

Cápsulas

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La literatura universal muestra la presencia de notables médicos que fueron también excelentes escritores.

A la memoria me llega primero mi favorito entre los médicos que se han destacado como escritores de primerísima categoría, como es el caso del sabio español Gregorio Marañón Posadillo.

El doctor Marañón, posiblemente padre de la endocrinología española, es autor de obras monumentales: El conde-duque de  Olivares, Amiel, las biografías de Antonio Pérez (el polémico y peligroso secretario de Felipe II), Tiberio, Don Juan, etcétera.

De la Madre Patria nos llegan las Memorias del sabio Santiago Ramón y Cajal, que a los propios médicos entusiasman tanto sus libros sobre medicina como aquellas visualizaciones que tuvo como genio a los 80 años de edad.

Un clásico de la literatura inglesa, El Filo de la Navaja, surgió de la pluma de un médico: William Somerset Maugham, por demás dramaturgo al más alto nivel.

El médico y escritor A. J. Cronin produjo para la profundidad narrativa un libro inevitable en su lectura: La Citadilla.

No creo necesario aclarar que hay un médico y escritor que está fuera de concurso para fines de comparaciones: Sigmund Freud, que además de médico y padre del sicoanálisis dejó libros extraordinarios: los ensayos sobre Dostoievski, Edipo, Le Bon, Miguel Ángel y su Moisés, Leonardo, etcétera.

La mayoría tiene a Antón Chejov como el mejor cuentista de todos los tiempos, así como un notable dramaturgo. Pero la mayoría no sabe que ese genio de la literatura era médico.

Una obra clásica de la medicina y la literatura es Psicoanálisis y Marxismo, del eminente siquiatra español marxista Carlos Castilla del Pino.

Arthur Conan Doyle es el creador del más famoso detective de la historia de la literatura universal: Sherlock Holmes. Conan Doyle era médico, como el doctor Watson, el gran amigo y colaborador de Holmes.

 La memoria me traiciona al no poder recordar yo a los siquiatras españoles, padre e hijo, que escribieron “Locos Egregios” (cada uno con sus locos), y al que escribió “Mishima o el Arte del Suicidio”, basado en el harakiri que se hizo el notable escritor japonés Yukio Mishima.

Son muchos los médicos dominicanos que se han destacado como escritores, y de los fallecidos recuerdo al inmenso Antonio Zaglul (basta citar Mis 500 Locos y la biografía de Evangelina Rodríguez, la primera médico dominicana) el sociólogo Francisco Moscoso Puello (Cartas a Evelina, Cañas y Bueyes, etcétera), Pablo Iñiguez, Rogelio Lamarche Soto, y lo dejó ahí para evitar más olvidos ofensivos.

Y entre los vivos son muchos, citando un solo caso, en la línea del párrafo anterior: doctor Santiago Castro Ventura.

Bueno, el caso es que a la lista de médicos notables que pasan a escribir obras vitales para el conocimiento y el disfrute humano está la novela histórica “La Tumba Vacía”, del padre de la oftalmología dominicana: doctor Arnaldo Espaillat Cabral, cuyos méritos como firme luchador antitrujillista no son muy conocidos.

“La Tumba Vacía” es una novela histórica diferente, revolucionaria, desafiante, perturbadora, cautivante, provocadora, polémica, absorbente, nueva en su enfoque, profundidad y moraleja dentro del citado género.

La cogí en Semana Santa, un lunes o martes, y ya no la puede soltar celebrar con ella la resurrección del Señor. No comparto algunos hasta puntos con este eminente compatriota, pero estamos en presencia de una joya de otro notable médico-escritor.

El Nacional

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