Opinión

Cápsulas

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Había una vez una niña muy bonita, blanca, rubia y de ojos verdes, que era hija de un matrimonio de campesinos pobres del Cibao, creo que de un campo de La Vega Real.

Un matrimonio español que no podía tener hijos andaba por estos lares en busca de adoptar una criatura.

Y lograron adoptar a esa niña preciosa pero sumergida en un ambiente de pobreza que a nada positivo, salvo lo que Dios y el Destino decidieran, la iba a conducir.

Estoy seguro que con el dolor, la tristeza, la impotencia, la angustia y lo inevitable los padres biológicos decidieron darla en adopción en procura de que la niña lograra un sólido presente y futuro.

Esa niña se llamaba María José Fernández, y el caso en cuestión sucedió hace varias décadas (no puedo precisar) y lo tengo presente como el primer día.

Los padres adoptivos marcharon al extranjero con la niña dominicana, estableciéndose en los Estados Unidos, donde de inmediato la linda criollita de rasgos anglosajones comenzó a vivir una nueva vida, en un hogar de personas ricas, de padres “postizos” que le dieron lo mejor de una sociedad como la del primer país del mundo: USA.

La niña ya hecha toda una señorita, comenzó a destacarse en el tenis, logrando una posición de categoría en el ranking de su país de adopción, tras ser la República Dominicana su país de origen, nacimiento y genética.

En un momento dado daba la impresión de que María José Fernández, ahora Mary Jo Fernández, sería una superestrella del tenis de campo de los Estados Unidos… y quizás del mundo! Fracasó rotundamente.

Cuando comenzó a brillar, los medios de comunicación comenzaron a fijarse en ella, ya que además de sus cualidades como tenista exhibía ahora un cuerpo a lo Sherapova y acentuados los rasgos de su nacimiento: pelo rubio al estilo de Helena de Troya (?), ojos más verdes que los Sharon Stone y pelo más rubio que Marilyn Monroe.

Pero… desde la primera entrevista Mary Jo Fernández comenzó a sacarle el cuerpo a la República Dominicana, a sus orígenes pobres, a su campo cibaeño y a su condición de haber pasado de la pobreza campesina a la riqueza “made in USA”.

Y ya no paró jamás, es decir, a partir de ahí renegó por completo de todo lo que oliera a República Dominicana, mientras aquí eran muchos los que a diario insistían en decir, decir y decir que ella era dominicana.

Y recuerdo que este servidor insistía en decirles a esos optimistas que dejaran ese asunto, que ella no quería ser dominicana, que ya se sentía “toda gringa”, que hablarle de sus raíces era mentarle la madre (la de aquí no la de allá), que lo logrado por ella en sus estudios, actividad deportiva, contratos, etcétera, la hacían sentir por USA y no por RD. Fracasó, repito. Hoy no se sabe de ella.

Finalmente, los que insistían en “dominicanizarla” se dieron por vencidos, y yo escribí por última vez sugiriendo una solución salomónica (?): digan de ella que es estadounidense de origen dominicano.

A la misma conclusión llegué, después de yo mismo mortificarme con el tema, que lo del super astro Alex Rodríguez lo resolviéramos de la misma manera, esto es, estadounidense de origen dominicano.

¿A qué viene este comentario? Muy sencillo: dejen tranquila a nuestra compatriota Zoé Saldaña, que tantas muestras de cariño dominicano nos ha dado, pero tiene allá toda una vida artística, por lo que ella tiene que manejarse con cuidado, cogiendo y dejando.

Propongo lo mismo que con Mary Jo y con Alex: nuestra gran actriz Zoé Saldaña, criolla sincera, es también estadounidense de origen dominicano.

El Nacional

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