Reportajes

Casado con las nubes. Se impone sobre las cordilleras del país

Casado con las nubes. Se impone sobre las cordilleras del país

Bosque pluvial, casado con las nubes volanderas, babel de espejos líquidos que relumbran al transformarse en todo lo que hay y lo que puede llegar a ser.

Santuario verde poblado de laxación y de reposo, multiplicación de las bromelias y de los líquenes en el emporio frugal de un firmamento de piedra y cieno.

Bosque nublado, prodigio de las leyes del tiempo, espacio entrecerrado, abierto, permanente.

El claro bosque desde donde se puede contemplar el hilo sobrenatural de los helechos, de las hormigas que se mueven al ritmo de la locura del  trabajo perfecto.

Helechos sonrosados que flotan sobre la piel de un suelo mojado y polvoriento.

Las criaturas suceden con sus timideces a cuestas, sus cruxificiones, sus dolores inmanifiestos, indemnes.

Cabellera del monte más elevado, fuerza que levanta en vilo un universo, manantial de cielo roto, de centellas devenidas  serpientes de color violeta, de violencia y de fuego. 

Ellas devoran en un fogonazo insosegado todo lo que trae la noche y todo lo que se ha de llevar a sus misterios.

El asceta lúcido se llena de esta compasión que pare el silencio.

Todo llega a hervir de comprensión y de entendimiento.

Es el dominio plural de un templo consagrado a la negación, a la navegación de las cegueras del mundo, a sus retornos insólitos.

Los bosques son benignos cuando el mundo no entra allí, dice el Dhammapada, el texto búdico indio que describe con fidelidad ese esplendor sublime, ese momento cenital y perfecto; mirador infatigable a cuyo alrededor dedica la eternidad sus cimientos y sus discernimientos.

Clamor del torrente rígido que regresa, uncido, a la temporalidad, a lo evidente y a lo enigmático.

Semántica de la palabra bosque, gramática de la libertad de ser, origen del crecimiento natural, de la extensión, del inconsciente que se reparte en un cosmos creciente y reciente desdoblado en cimientes y en soledad.

El lazo intermedio de los símbolos de la vida está aquí, en este presente fugaz.

El simbolismo de la tierra en la que hunde sus raíces y la “bóveda” celeste a la que alcanza o toca con su cima nos revela “verdades de vida”.

Poderoso decurso de los experimentos espontáneos con los que el cosmos vegetal se hace con lo que le pertenece.

En el interior del vértigo boscoso, está el árbol.

El pino criollo, la leucaena australiana, el almácigo, la guama, el café la cabirma.  

Templo, devocionario del cedro aromático, del ciprés, de la manzana criolla, pequeña, poderosa y nuestra, cuando algo puede ser todavía nombrado con ese designio ajeno.

El gran bosque devorador, elemento en el elemento, la selva virgen, el misterio de los misterios.

Un bosque que se cubre de una neblina para la ocasión infinita de lo que termina ahora mismo.

Nubosidad volátil que va sucediendo, que se va impregnando de herbívoras hazañas secretas, de mariposas ojiverdes, transparentes, de musgo, de caminos y pasadizos llenos de hojas consagradas a rodar hasta perderse en el epicentro de un abismo incierto.

Hayas, encinas, espacio generador de angustia y de sosiego, opresión y desprendimiento, el terror de lo inconsciente, gruta de lo oscuro, arraigado, verdoso, sombrío, múltiple, desnudo.

El caos primordial que ha ordenado una mano que no tiene dedos, pinar autónomo, pendiente, océano palpable de olas indisivisables e invisibles.

Morada de lo ignoto, evocación, árboles antiguos y frescos, altura inusitada, la floresta, lo fluorescente en las alas del pájaro benévolo.

Las ramas espesas, las hojas superpuestas sobre los troncos resecos, el infinito revolviéndose entre los despojos de la mañana.

La sombra profunda prolongada en el desconcierto de lo que no podemos descifrar desde un razonamiento que más que iluminarnos nos limita y nos es ocasión de desconcierto.

Centro de vida, bosque sagrado, selva innombrable e inobjetable, frescor, reserva, donde acaso resida todo lo que se necesita y no se necesita.

Matriz de lo que no puede ser sustituido sin consecuencias.

La regeneración, símbolo maternal, de seguridad, y de renovación, el bosque dentro del bosque.

El sotobosque, de altos y profundos signos, de oquedades, de grutas, de cavernas, de innumerable, la inmensa e inagotable reserva de lo que tenemos y de lo que nos es ajeno.

Lo que tenemos que dejar y lo que nos pertenece, lo que siendo nuestro es de todos los seres y tesoro de la muerte.

Palmeras, enredaderas,  zonas de la lluvia perenne, bosque que el viento desorbita, grayumos de hojas plateadas, las edades se encierran entre sus hojas, en sus mantos de agua, en sus, en el dosel maduro.

Árboles superiores de troncos extraordinarios, de nudos centenarios, de alturas extraordinarias y sombras frescas.

El Nacional

La Voz de Todos