Opinión

CATALEJO

CATALEJO

El país ha degenerado en términos políticos. Las contradicciones entre conservadores y liberales, expresadas desde que nos propusimos como pueblo innominado romper cadenas y transitar nuestro propio camino, se diluyen de forma patética en la cúspide de la partidocracia. 

Hoy, los llamados liberales se han vuelto conservadores y éstos últimos como el camaleón, cambian de lenguaje (para reciclarse), pero manteniendo su esencia. En unos y otros, su hipocresía, reaccionarismo, entreguismo, corrupción y oportunismo son de antología. 

Frente a ese anacronismo, la izquierda orgánica parece reunificarse en el camino, luego de disminuirse y dispersarse en ese valladar de enfermedades infantiles, con una parte desertora de las ideas que formalmente expresaba, y en las que nunca creyó; cooptada por uno y otro bando de los que se alternan en el gobierno. 

Un mundo globalizado y unipolar, con neoliberalismo fracasado e imperio decadente, es abordado con neobalaguerismo, olvidando a Carlos Marx, cuando corregía a Hegel en el relato a propósito del golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851.

Me refiero al momento cuando Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón, arrebató el poder y llevó a la derrota de Francia ante la Prusia de Bismarck, en 1870. 

Decía Marx en su 18 brumario: “Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen dos veces. Pero se olvidó de agregar: la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa. Luis Bonaparte fue, así, la caricatura de su tío”. 

En ese punto estamos; caminando en círculos, de la tragedia a la farsa. Atrapados en un amasijo de ineficiencia, corrupción, hambre, insalubridad, analfabetismo y caos. Esperando en pleno siglo 21, el milagro de los panes y los peces. 

 

El Nacional

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