Opinión

Civilización y barbarie

Civilización y barbarie

Argumentar en contra de las apariencias es tarea difícil en una sociedad atrapada por lo visual, lo ostentoso y lo banal. En el mundo de hoy prima la idea de que tener más es sinónimo de ser más. El tema se torna mucho más complicado cuando tampoco es cierto que se tenga más, sino que se trata de que los pocos que están mejor han impuesto la percepción de que siendo esa su realidad, se trata entonces de una verdad generalizada. Mentira total.

Es incorrecto ponderar conceptos como civilización y barbarie a partir de elementos de naturaleza material. De ser así, todo dirigente que esté en capacidad de generar recursos y propiciar obras de connotación económica, tendría asegurada la calificación de civilizado. Hitler, Mussolini, Trujillo, Balaguer, lo serían.

En contraposición, resultaría un bárbaro quien esté imposibilitado de exhibir resultados en términos materiales, los cuales suelen priorizarse en la contemporaneidad para evaluar las personas como símbolos de progreso y modernidad. Gandhi, la Madre Teresa, Mandela y Bosch, lo serían.

En días recientes, Leonel Fernández trazó la línea divisoria definitiva: El dilema dominicano, en el futuro inmediato, se resume en el enfrentamiento entre los abanderados de la civilización, el progreso y la modernidad, que son él y sus acólitos; y los paradigmas de la barbarie, los demás.

¿Se convirtió la República, en los 12 años en que fue dirigida por él, en una nación más civilizada, moderna y progresista? La respuesta será afirmativa para quienes asimilan túneles, carreteras, elevados y puentes como garantes de civilización y modernidad. Cierto que estos signos estarán presentes en el desarrollo, pero no lo propician de forma automática, al contrario, su propagación puede ser expresión de lo contrario. Ser evidencia de ausencia de auténtica modernidad, por las formas apañadas en que fueron construidos, lo cual es imposible en un escenario de real civilización.

Lo innegable es que el país no avanzó un punto durante sus gestiones en parámetros que definen el desarrollo. Ahí están las mediciones. Una realidad lo avala: Se negó con obstinación a destinar a la educación porcientos establecidos en leyes. Hoy, nadie discute que sin avances significativos en esa materia pueda alcanzarse dicho desarrollo.

Nada puede ser más bárbaro que eso. Se trata de una prueba que convierte en demagógica cualquier insustancial autoproclamación como estandarte de civilización. Y eso, que solo cito, por ahora, uno de tantos ejemplos que lo desmienten de forma inequívoca.

El Nacional

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