Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

Mi amigo, como la gran mayoría de los hombres dominicanos, fue hasta que contrajo matrimonio un adicto a las faldas.

  Al casarse, y debido a la aparición del mortífero Síndrome de inmunodeficiencia adquirida, decidió convertirse en monofáldico, algo que le dio brega cumplir.

   La mujer que escogió para cambiar de estado civil era divorciada, y tenía tres hijos de su matrimonio anterior, cuyas edades oscilaban entre los trece y los dieciocho años.

   En parte porque era celosa, y también por la merecida fama de tenorio de su cónyuge, la dama dio demostraciones de celos patológicos desde los primeros días de la convivencia.

   En una ocasión en que lo llamó la esposa de un viejo amigo para contarle las vagabunderías de su marido, cuando cerró el teléfono su mujer avanzó hacia él con el rostro deformado por la ira.

   -¡Maldito, perro callejero, enfermo sexual que no respeta las mujeres de sus amigos! ¿Cuándo se graduó usted de siquiatra para estar escuchando las quejas de señoras acerca de las travesuras puteriles de tus compañeros de parrandas? Pero como saben  que esas cosas despiertan tu morbo, por eso te llaman para meterte en ese pantano de infidelidades y de aberraciones, hombre de mente sucia, prostituto, libidinoso.

   Los gritos de la versión femenina de Otelo duraron más de dos horas, según relata mi ex tercio de jornadas bohemias.

   No había transcurrido un mes desde la noche de bodas cuando la agresiva dama lo recibió una noche sosteniendo en las manos temblorosas la libreta con numeraciones telefónicas del recién llegado.

   El mujeriego retirado tuvo que dar explicaciones acerca de las características de sus relaciones con todas y cada una de las féminas allí anotadas, admitiendo que con algunas de ellas había sostenido romances “con dormidas”.

   Cada vez que una mujer llamaba por la vía telefónica a su marido, la celosa se plantaba delante de él con una actitud de alerta superior a la de los miembros de los organismos de seguridad de un estado.

   Atosigado, cansado, fastidiado, harto de los celos de su esposa, y dispuesto a buscar abogado para iniciar trámites de divorcio, el putón en receso le habló con voz firme mientras estaban sentados en la sala de su casa.

   -Como vives celándome con las mujeres que tuve en el pasado, te diré que estoy convencido totalmente de que los tres hijos que les pariste a tu primer marido fueron concebidos por obra y gracia del Espíritu Santo; pero debo confesar que desde hace unos días me asalta la sospecha de que quizás fueron fabricados por el placentero procedimiento normal. Es por eso que hoy me comunicaré con tu ex para que me diga si durante el matrimonio ustedes mantuvieron relaciones sexuales, y si me dice que si, te pongo el divorcio por pelearme por cosas que durante años también hiciste.

   Los celos de la señora no cesaron, pero disminuyeron considerablemente desde aquel día.

El Nacional

La Voz de Todos