Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

Más que una mujer fea, aquella muchacha podía definirse como la fealdad hecha mujer, y no faltó quien se atreviera a afirmar que era la más fea de la bolita del mundo y sectores adyacentes.

   Alguien dijo que su nariz no era sólo roma, porque en ella cabían todas las capitales europeas.    Los ojos eran pequeños, la boca grande, y sus orejas combinaban mucha altura con escasa anchura.

   De baja estatura y talle alto, las piernas mostraban moderada gambeta, mientras sus brazos eran vecinos inmediatos de las rodillas.

   Por esas características físicas no sorprendió a nadie que el tiempo pasaba y la poco agraciada fémina mantenía su currículo amoroso sin datos de levantes machiles. 

   Todo  ser humano tiene alguna gracia, y la  damita era de buen carácter, con un sentido del humor que llegaba al grado de hacer mofa de su carencia de atractivo físico.

   Una noche la vi salir de una sala de cine acompañada por  un hombre con estampa de galán de telenovela, quien la llevaba abrazada, mostrando en el rostro una expresión de gozo. 

   Como la curiosidad es algo inherente a la naturaleza humana, tardé pocos días en llamarla por la vía telefónica a su casa.

   El aló llegó a mis oídos con carga de felicidad sonora, y para obviar  formalidades de urbanidad, de inmediato abordé el tema  que me llevó a marcar los dígitos de su número de teléfono.

   – Querida amiga, la felicito por el hembro que levantó, y que estoy seguro muchas mujeres le envidian.

   -Ay, muchacho, todo lo que pueda decirte sobre eso quedaría corto ante la realidad, pero contigo no puedo allantar. Esto no ha sido cuestión de amor a primera vista ni nada parecido, sino algo bien analizado y correctamente decidido por él, dijo, con el  mismo tono entusiasta del aló que inició el diálogo.

   -Voy al grano, continuó. Mi esposo, porque ya lo es, tiene apostura y gallardía y casi todas las mujeres con las cuales se cruza lo miran como si quisieran comérselo a besos. Eso provocó que, entre otras, conquistara una muchacha tan bella que yo, que no tengo nada de pájara, no le pude quitar los ojos de encima la primera vez que la vi. Con esa gallinota tuvo muchos problemas, porque los hombres no podían contenerse frente a ella, y un militar de alta graduación la enamoró en presencia de mi esposo. Se armó un rebú grave, porque el oficial sacó la pistola, le apuntó a mi marido y no disparó porque varias personas intervinieron. En ese mismo instante, el machote bien plantado decidió que buscaría una mujer que no le causara problemas con el resto de los hombres. Y como me conocía desde que laboramos hace años en una oficina pública, me buscó, y el resto de la historia ya lo conoces. Parece que es cierto aquello de que la suerte de la fea, la bonita la desea.

   Las carcajadas que brotaron de su garganta duraron tanto tiempo, que opté por cerrar el auricular, y ella no restableció la comunicación.

El Nacional

La Voz de Todos