Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

Un hombre humilde
Desde niño se caracterizó por su humildad, hasta el grado de que no faltó quien confundiera esa modestia con un  complejo de inferioridad.

Nunca alardeó de su inteligencia ni de su cultura, aunque era ostensible que poseía esas dos cualidades.

Si alguien elogiaba alguna de sus virtudes enrojecía como la gorra de un fanático del Escogido, y de inmediato ponía un nuevo tema de conversación.

No tuvo suerte con las muchachas que cortejó en sus años de adolescencia, fundamentalmente porque se acercó a ellas con una timidez vecina del pánico.

Al finalizar el bachillerato se inscribió en la facultad de ingeniería de la UASD.

Sus amigos quedamos sorprendidos por esa decisión, pues considerábamos que por su mente no había cruzado la aspiración de cambiar de situación económica y social.

   Durante los años en que cursó la carrera mantuvo su modestia y se consagró a los estudios, a los cuales dedicaba la mayor parte del tiempo.

   Se graduó con honores y tuvo la suerte de que a un pariente de su padre lo nombraron en una secretaría de Estado, desde la cual le cayeron varias contratas.

   Se mudó a una zona residencial, adquirió un automóvil nuevecito, de caja, y contrajo matrimonio con una joven de familia adinerada.

   Debido al levante amoroso sus amigos llegamos a la conclusión de que había superado la timidez que lo llevó a la orfandad mujeril en el pasado reciente.

   Una tarde caminaba por la avenida Mella cuando de pronto el vehículo de mi amigo se detuvo frente a mí, y su conductor abrió la puerta del lado opuesto invitándome a entrar.

   Después de dar varias vueltas por las calles de la ciudad se detuvo en una estación gasolinera para echarle combustible al vehículo.

   Como no estaba el empleado encargado de la bomba ante la cual se detuvo, tomó la manguera para sustituirlo, pero no logró despacharse el combustible.

   El bombero se acercó, y con sonrisa burlona se llevó el dedo índice de la mano derecha a la cabeza, en alusión a la supuesta escasez de materia gris cerebral del cliente.

   Para mi sorpresa, el humilde amigo enrojeció de ira y encarando al hombre sacó de sus pulmones una potencia sonora desconocida para mí.

   -Mire, carajete, yo soy ingeniero civil, y para llegar a ese título tuve que fajarme durante muchos años a estudiar mañana, tarde y noche. Usted, que a juzgar por su apariencia debe llevarme un rollo de años, se gana la vida como sirviente de todo el que tiene vehículos de motor. Eso indica que es un fracasado, un muerto de hambre, una vergüenza para su familia, y hasta para el país. Y sepa que no me interesa que un hombre sin aspiraciones, a lo mejor analfabeto, le eche gasolina a mi carro.

   Entró rápidamente en el vehículo, mientras el estupor momificaba el rostro del empleado de la gasolinera.

   -Que raro que un hombre tan humilde reaccionara con soberbia y vanidad frente a ese infeliz- dije, seguramente en el tono correspondiente al disgusto que sentía.

   -Estás equivocado, porque no era realmente humilde, sino que conocía mi condición de desbaratado económico; pero como gracias a mi esfuerzo hoy vivo bien, como un real burgués, actúo en consonancia con esa situación.

   Y su rostro permaneció impasible a pesar de mis carcajadas.

El Nacional

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