Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

El enemigo de los peleros
Todavía hoy, a los setenta y tantos años, es un hombre orgulloso y amante de los placeres mundanales, sobre todo de las bebidas alcohólicas, aunque las ingiere con cierta moderación.

Cuando  yo tomaba ron y cerveza criollos, lo tuve como tercio en restaurantes, bares, colmados y prostíbulos, pero desde que dejé de beber el canero puso distancia entre ambos.

Mi amigo se jacta de que todos sus  jumos se los ha dado con dinero surgido de su propio peculio, y se ha declarado enemigo de los llamados lambetragos.

Sus compañeros habituales de parrandas sabían que cuando andaba con poco dinero apelaba a cualquier pretexto para no consumir bebidas provenientes de los bolsillos de otros.

Estas excusas iban desde problemas estomacales hasta una supuesta resaca producto, de una borrachera reciente.

Si disfrutaba con amigos en algún sitio de diversión, y llegaba uno de los conocidos chupadores etílicos que se auto invitaban a las mesas, el pelerófobo le advertía que la fiesta era “a la holandesa”; o sea, que todos los participantes debían aportar su cuota del elemento aurífero.

Si el pelero se tiraba a muerto, no vacilaba en pedirle que se retirara, y sólo accedía a permitirle disfrutar de la bebedera si alguno de los presentes asumía la cuota correspondiente.

Una noche en que un grupo de amigos, entre los cuales se encontraba nuestro personaje, disfrutaba de una tertulia en un restaurante, llegó un aficionado al romo “lambido”.

No bien había puesto las posaderas en una silla, cuando a sus oídos llegó una rara pregunta del orgulloso bebedor.

-¿Todavía tomas diuréticos para vaciar el contenido urinario de tus riñones?

-No entiendo lo que quieres decir -respondió el interpelado, con expresión de desconcierto en el rostro. 

-Lo digo porque tienes fama de que cuando se pide la cuenta corres hacia el baño, y regresas cuando el camarero ha recogido hasta la propina -dijo el boca dura con cara entruñada.

 La carcajada fue general, mientras el lambetragos se marchaba apresuradamente, sin haber saboreado un solo trago.

El Nacional

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