Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

La ilusión del anciano

Mi amigo, quien reside en una ciudad norteamericana con escasa población hispana, se siente frustrado porque no puede darle salida allí a su condición innata de adorador de las representantes del sexo bello.

   A sus 64 años y cuatro divorcios, todos de mujeres dominicanas, el hombre no ha podido hacer levantes amorosos entre las féminas de diversas nacionalidades residentes allí.

   Hay que destacar que sus rupturas matrimoniales se originaron en la frecuencia con que se metía en romances que sus ex cónyuges tarde o temprano descubrían.

   Al abandonar sus actividades comerciales, las cuales le generaron grandes beneficios, salió del país estableciéndose en la urbe estadounidense, debido a que en ella vivía una hermana casada con un compatriota.

   Llegó cargando en las espaldas sesenta y dos años, y sus fracasos de cortejador se debieron en parte a que le gustaban las hembras de  cortas edades, las cuales mostraban su rechazo a los varones geriatrizados.

   Pese a su condición de anciano el mujeriego en receso forzoso sigue cuidando su figura mediante la realización de ejercicios con pesas y alimentación sana.

   Una mañana en que desayunaba en un restaurante vio que una joven cajera posaba sus ojos sobre él con carga de admiración, por lo que tan pronto fue a pagar, decidió abordarla con fines de conquista.

   Le habló en inglés, idioma que dominaba desde sus años juveniles, y se sintió bien cuando reparó en que la muchacha mantenía el diálogo sin señales de disgusto.

   – Se nota que es un hombre que le da importancia a su ropa y a su cuerpo; sus músculos son firmes, y mantiene una postura erecta, como la de cualquier jovencito; pero hay que señalar que algunos muchachos se encorvan prematuramente, y adquieren forma de signo de interrogación cerrada. Los hay también suciones, oliendo a orfandad jabonosa, y con las ropas más estrujadas que las sábanas de la cama de una pareja fogosa.

  El sexagenario criollo reía con gusto, considerando que estaba a punto de realizar la primera conquista de una norteamericana de carnes duras como pared de concreto.

   Se disponía a iniciar el galanteo en el momento en que hizo su entrada un anciano delgado, de paso lento, que se sentó ante una de las mesas del establecimiento con un descenso lentísimo de su anatomía.

   La empleada sonrió al verlo, y el recién llegado la saludó con un gesto afectuoso de su mano derecha.

   -Ese viejito generalmente viene a cenar, y es raro que lo tengamos aquí en el desayuno; observe la diferencia que hay entre ustedes, que deben tener edades parecidas, ya que él parece al borde de la tumba, lo que no es el caso suyo, que todavía deben quedarle dos o tres añitos. Porque por mucha diferencia que haya en la apariencia física de dos personas de edad, en esencia son única y exclusivamente un par de ancianos rondando los cementerios.

   Lanzó una carcajada, y miró a su interlocutor, quien me confesó que a duras penas contuvo las ganas de enviarla hacia la última morada.

El Nacional

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