Opinión

COGIENDOLO SUAVE

COGIENDOLO SUAVE

Los juegos del bromista

Lo conocí en la dependencia oficial en la cual laborábamos en los años finales de la década del sesenta.

   De baja estatura y de complexión robusta, la sonrisa no se separaba de su rostro, y repetía que la vida era para gozarla, porque los humanos arrastrábamos la condición de futuros cadáveres.

   No tomaba nada en serio, y se burlaba hasta de sí mismo, calificándose de buenmozo secreto porque poseía una belleza abstracta, como las obras de algunos pintores.

   Para fastidiar a algunas personas bromeaba con gestos y expresiones propias de los hombres aficionados a los romances con sus congéneres, por lo que no faltó quien le atribuyera propensión cundanguil.

   Una mañana en que conversábamos con una hermosa compañera de jornadas burocráticas, se acercó el titular de la institución, quien echó en cara a la joven la indiferencia con la que lo trataba.

   – Eso no se justifica- señaló el jefe- porque yo he sido como un padre para ti.

Fue entonces cuando intervino el jocoso personaje.

  – Señor secretario, nunca le diga a nadie que ha sido para él un padre, sino una madre, porque padre es cualquiera, pero madre sólo hay una; incluso puede ofrecerse para darle el seno.

   El funcionario lo miró con expresión indefinible, pero mas tarde me ordenó que pasara por su despacho, y allí me dijo que tenía serias sospechas sobre la orientación sexual del bromista.

   Hace ya varios años que me aficioné a las caminatas matinales en el parque Mirador Sur, donde también se ejercitaba el cuerdero, quien había abandonado su condición de empleado público para convertirse en propietario de un colmadón.

   Un día se acercó a nosotros un caminante de unos veinte años de elevada estatura, y nos pidió que le acompañáramos, porque iba a preguntarle a un individuo sentado en uno de los bancos del parque por qué siempre lo seguía con la mirada.

   Al hacerlo, el hombre le dijo que tenía un gran parecido físico con un amigo a quien hacía años no veía, y al mencionarle el nombre resultó ser el padre del joven.    Una vez aclarado el misterio seguimos caminando con el bronco y espantado muchachón, a quien mi amigo no tardó en darle su cuerda.

   -Estoy seguro de que sentiste una gran frustración con la respuesta de ese señor, porque hubiera halagado tu vanidad que te dijera que te miraba porque, sin ser cundango, se sentía atraído por tu gallardía.

   El joven enrojeció, se despidió apresuradamente, y cambió la caminata por un trote que luego transformó en carrera.

   Me enteré recientemente que la esposa del bromista le había puesto demanda de divorcio, cansada de sus líos de faldas en la calle.

El Nacional

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