Opinión

¿Cómo se llama  la obra?

¿Cómo se llama  la obra?

El presidente Fernández sabe cómo desviar la atención del pueblo cuando decide enfrentarlo, cómo frenar sus luchas en las calles cuando se cansa de pasar hambre  mientras un grupo de funcionarios corruptos se enriquece. Cuando no es un Diálogo Nacional es una Cumbre de las Fuerzas Vivas, un Pacto o un Acuerdo.

Los medios de comunicación, donde el presidente invierte seis mil millones de pesos al año, entran y sacan los temas nacionales según el interés del Palacio Nacional, lo cual no debe extrañar si tomamos en cuenta que  una  parte de la prensa está comprometida con el Presidente  por los favores económicos que les hace o por encontrarse en la cárcel.

Los constantes llamados al diálogo que hace el presidente toman semanas y hasta meses en los medios. Unos a favor y otros en contra. La bola va y viene, como en un juego de ping-pong chino.

El famoso Diálogo Nacional del primer gobierno  duró meses. Se gastaron más de 50 millones de pesos. Los resultados de las conversaciones se encuentran en el baúl del olvido.

La famosa Cumbre de las Fuerzas Vivas, que duró meses entre el si y el no, sólo ha servido para que el gobierno justifique el aumento de la tarifa eléctrica, donde el único que pierde, como siempre, es el pueblo que ahora pagará más caros los apagones.

La nueva Constitución de la República fue objeto, por igual, del mismo manejo en los medios. El PRD dijo que no al método. Pero no hizo nada, pues no hubo coherencia, ya que incluso un vicepresidente de ese partido aceptó gustoso formar parte de la comisión redactora. La sociedad civil no se quedó callada. Dijo lo suyo. El gobierno publicó decenas de espacios pagados. Ahí guisó todo el mundo.

Para que nadie se quedara sin bailar se convocó al pueblo a través de una consulta. Una encuesta recorrió todo el territorio. El pueblo se entretuvo. El presidente prometió, como  siempre, que respetaría la voluntad popular. Todos contentos acudieron a la cita. El 68% de los consultados dijo que la nueva Constitución debía hacerse mediante una Constituyente, como lo hizo Bosch en 1963, como lo reclamaba Peña Gómez, como lo pedía el PRD y la sociedad civil. Pero  Fernández decidió,  violando su promesa de respetar la voluntad de la gente, hacerlo mediante una asamblea revisora, como se está haciendo.

Y para legitimar su acción  buscó al sector del PRD más atrasado, al más vulnerable, al que ha demostrado mayor nivel de desarraigo del partido, para ofrecerle un pacto, violatorio a las más elementales normas de un partido, un pacto  sin principio que debió avergonzar no sólo a la militancia del PRD, sino a la sociedad. Viola la voluntad popular y la decisión de los organismos de ese partido que aprobó cero negociación con el gobierno que calificó de ilegítimo.

Pero el cuento no termina. Para restarle méritos al primer pacto,  para negar que le haya pasado la antorcha al sector del PRD que ya se cree dueño del partido y del país, el presidente Fernández firma otro acuerdo, pero con los rastrojos del Partido Reformista. Hubo aplausos y fanfarria. Y, lo que es peor, al reformismo le ofrece más que al sector del PRD. Es decir, el presidente Fernández se burla del PRD, lo pone en evidencia como una organización que un día dice una cosa y otro día dice otra.

Fernández compró dos por el precio de uno. Sólo que los reformistas son mejores negociando que los del PRD. (Por lo menos en la parte que se ve, porque la que no hemos visto probablemente sea mayor).

Ahora bien, ¿quién garantiza que  Fernández cumpla lo pactado con un sector del PRD y con el despojos del PRSC si no le merecen respeto? ¿Cuándo ha cumplido el presidente Fernández con su palabra? ¿Cuándo?

Lo que sí es cierto es que los llamados al diálogo, a la concertación, a la unidad, a la tregua, a la cumbre; los pactos y acuerdos que auspicia y patrocina el presidente Fernández, se producen en medio de los escándalos de corrupción, de la profundización de la crisis económica, de las protestas populares. Cuando el país se derrumba, cuando el presidente se desploma, cuando su imagen toca fondo, aparece el llamado al diálogo, a la cumbre o un pacto. Y siempre – ¡maldita sea!- una parte del PRD le hace el juego.

Y el presidente Fernández se levanta de sus ruinas, recobra sus fuerzas políticas, su imagen resplandece en el firmamento nacional. Surge como el mecías, como el único capaz, no sólo de conceptualizar, sino de continuar dirigiendo los destinos de la nación.

Las protestas se detienen; la gente deja de luchar. Se entretiene con el espectáculo, con los fuegos artificiales, con las luces de colores. El presidente no tiene oposición porque de algún modo la compró o la aniquiló.

Que alguien me diga: ¿Cómo se llama la obra?

El Nacional

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