Opinión

Comunicadores dominicanos

Comunicadores dominicanos

Todavía en la década de 1970 la mayoría de los periodistas se formaban en las redacciones de los medios. Con el paso de los años las escuelas de comunicación se encargaron de producir múltiples promociones, al punto que hoy   –diría que más del 90%–  el grueso de los informadores tienen nivel de licenciatura. Y muchos tienen maestría.

Independientemente de aspectos académicos, el común denominador de los comunicadores  es el origen social. Casi todos, provienen de los diferentes niveles de la pobreza social, conforme a la clasificación que hizo Juan Bosch. Es minoritaria la cantidad de periodistas de hogares de clase media.

No conozco a ningún empresario que se incline por la comunicación social, como estudios universitarios, para uno de sus vástagos. No es la profesión más rentable y sus inicios son difíciles, pues la gran mayoría de los egresados empiezan practicando en algún medio informativo.

Además del origen social, la unidad y la solidaridad eran aspectos que caracterizaron a los miembros de la prensa. El SNPP, originalmente, era la entidad que les albergaba. En el año 1983, si mal no recuerdo, surgió el Colegio Dominicano de Periodistas. Una y otra organización fueron celosas defensoras del derecho a expresión y al libre ejercicio de sus afiliados.

Con el ascenso al poder del PLD esa solidaridad histórica, entre los comunicadores dominicanos, se esfumó. Leonel Fernández se encargó de corromper y  enriquecer a muchos, los que han terminado renegando de sus orígenes y enemistándose de sus antiguos compañeros.

Solo el ascenso social y la renuncia a los principios éticos explican que periodistas que ayer condenaron las violaciones a los derechos humanos y la corrupción pública, hoy justifiquen la ausencia de poderes independientes, los desfalcos e intentos de silenciar a voces históricamente comprometidas con las causas democráticas.

Muchos son promotores de campaña de infamias, en procura de descalificación moral de aquellos que denuncian la perversidad prevaleciente. Es la forma mezquina de garantizar los privilegios que disfrutan: posiciones públicas, mansiones, villas, cuentas y vehículos de lujo. Algunos tienen amantes. ¡Y esas amantes les salen muy caras!

El Nacional

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