Si usted le pregunta a la mayoría de los periodistas o comunicadores, sobre su experiencia como productores de espacios de radio y televisión, en lo que concierne al apoyo publicitario, que reciben de las instituciones del Estado, descentralizadas y privadas, la respuesta será abrumadora, en el sentido de que el apoyo es nulo o prácticamente inexistente.
En algunos casos, a los encargados de relaciones públicas, ni siquiera les importa los méritos o condiciones personales; la calidad del espacio o la incidencia, que el comunicador pueda tener en algún segmento de la población.
La situación es tan precaria para los periodistas o comunicadores, que en muchas ocasiones, al solicitar la publicidad, cuando tiene la suerte de ser recibido o respondido, usted, más que un profesional o ente social, lo que parece es un vulgar pedigüeño.
Es cierto que durante mucho tiempo proliferaron los espacios de radio y televisión, tantos, que peyorativamente se les denominó como programeros.
De ninguna manera, esto quiere decir, que a todos se les debe medir con el mismo rasero.
Hay programas que, por razones económicas, se transmiten una o dos veces por semana. No me parece que se pueda evaluar la calidad de un espacio por la frecuencia de sus apariciones.
Un bloque de radio o televisión de muchas horas, tiene más audiciencia que un espacio de una o dos horas semanales. Eso es incuestionable, como es incuestionable también que el peor de los espacios tiene su cuota de oyentes y televidentes.
La otra cara del poco o ningún respaldo a los espacios irregulares es que cuando se consigue la publicidad, o no la pagan, o el pago es tan dilatado que para los fines es la misma cosa. Esto contrasta con el buen trato que se les ofrece a los grandes y temidos medios de comunicación.
Más que como analista, esta cuartilla y media, la escribo como víctima del maltrato que, ordinariamente, reciben muchos comunicadores y periodistas.
Por eso la interrogante: ¿Comunicadores o pedigüeños?