No todo es comunidad. Y no todos son para comunidad. No podemos, por lo mismo, idealizar demasiado esa forma de ser y vivir el Cristianismo. Por eso, al afirmar que la comunidad es para todos o que hay formas infinitas de ser, comunidad, corremos el riesgo de relativizar demasiado la comunidad o de desvirtuar su verdadera fuerza.
Difícil tarea definir la comunidad en sus elementos esenciales, permanentes, universales y comunes a todas las formas que se presenten como comunidad. Pero nada hay tan necesario.
I.- Empecemos con el Plan Nacional de Pastoral. ¿Qué elementos propios y comunes se prescriben para todas o cualquier forma de comunidad que se presente como cristiana y eclesial?
En el marco doctrinal general se aborda el tema de la comunidad al tratar el tema de la Iglesia, pero muy someramente y de un modo muy general. La Iglesia, dice, Comunidad de los identificados con Cristo y vivificados por su Espíritu (n. 25); tiene que ser continuamente evangelizada, comunitaria, participativa (n. 27).
II.- En el encuentro Nacional de las comisiones diocesanas de la prioridad de comunidades (mayo, 1985); después de presentar las experiencias más significativas de cada diócesis, y después de referirse la doctrina existente en los documentos del magisterio pontificio o regional, se pasó a establecer ciertos Criterios comunes a las tres líneas de experiencias presentadas en el encuentro (C.E.B. Neo-Catecumenales y S.I.N.E.).
Esos criterios se centraron en tres dimensiones: fe, culto y amor.
En su dimension de fe: Las Comunidades cristianas la acción continua del Espíritu Santo crea los servicios y ministerios necesarios para la construcción del Reino.
Toda comunidad cristiana vive la comunión y participación de la Iglesia como signo de credibilidad para todos los hombres.
En su dimensión de culto:
Las comunidades cristianas celebran la oración, la palabra y los Sacramentos de manera festiva, activa, consciente, y movidas por el Espíritu Santo como signo de amor y de unidad.
Se integra a las celebraciones la religiosidad popular, atendiendo a la realidad y al momento.
En amor de obra y de verdad en la comunidad cristiana se hace servicio incondicional en gesto concretos y definidos, compartiendo bienes espirituales, culturales y materiales.
La comunidad cristiana es fermento transformador de una sociedad nueva, más humana y más justa.
Es testigo de Cristo liberador en solidaridad preferencial con los más pobres y necesitados.