Opinión

Con los nombres será el llorar

Con los nombres será el llorar

El caso del mecanismo corrompido establecido por Odebrecht para agenciarse obras de infraestructuras pudo hacerse de conocimiento público por su dimensión internacional y porque países importantes como el propio Brasil, Estados Unidos y Suiza se involucraron en su investigación.

De las cosas no haber trascendido las fronteras de las naciones donde operaba la mafia que contribuía a instalar gobiernos asumiendo parte del costo que eso implicara para cobrar después con licitaciones ganadas de antemano, el asunto habría pasado desapercibido, el entramado estaría funcionando a toda capacidad y proyectos reeleccionistas tendrían mejores augurios.

Los acontecimientos han alcanzado tal nivel de repercusión y gravedad que no ha quedado más que afrontarlos. No obstante, darle la cara a lo ineludible no significa no intentar morigerar la contundencia de sus efectos e incluso capitalizarlo, en la medida de lo posible, en favor de intereses que controlan resortes de decisiones, sobre todo judiciales.

La totalidad de lo ocurrido en R.D. y, sobre todo lo dejado de hacerse, debe ser entendido como un espacio temporal imprescindible para descubrir las barreras más propicias a ser colocadas al tsunami con el propósito de reducir su paso arrollador y que los escombros sean no solo lo menor posible, sino que se produzcan de manera preponderante en los litorales que menos impacten al jamás renunciado propósito de la preservación presente y futura del poder.

Ha resultado evidente, desde que se desataron los demonios, que en lo concerniente a los previsibles afectados entre nosotros, se delineó un plan de reacción que, ante lo inevitable de un mínimo sacrificio en términos de pérdida de libertad, economía y política, las llamaradas del infierno abrasaran con débil rigor y estuviesen alejadas de los personajes que es preciso proteger al costo que resultare necesario.

En esa estrategia se inscribe todo lo ocurrido: Benévolas citaciones a Procuraduría; paños de seda a empresa delincuente y cómplices gerentes; allanamientos retrasados; comisiones de resultados conocidos; acuerdos con cesiones obscenas; ocultamiento de declaraciones inconvenientes y celebración de complacientes.

En ese escenario manipulado, ¿quién puede suponer que al ofrecerse identidades de involucrados vaya a procederse de distinta manera? Esas revelaciones y sometimientos son el cierre de este drama de pésimo gusto.

Quienes exigen nombres en vez de transparencia, al escucharlos, recibirán la estocada mortal a su ingenuidad. Esa realidad solo podría revertirse por las mismas razones que determinaron el destape del escándalo, o por el sacudimiento de la adormecida conciencia nacional.

El Nacional

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