Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Las incomprensibles mujeres
Desde hace cuarenta y cuatro años no transita por mi garganta un solo trago de bebida alcohólica. Y debo señalar que desde que comencé a realizar actividades remuneradas como locutor y periodista, casi todos los días sábado, o domingo, cogía un jumo, que tanto podía ser moderado, como “loco”.

Ingresé al programa de Alcohólicos Anónimos, y mediante mi prédica algunos familiares y amigos han dejado de ingerir bebidas de contenido etílico.
Una amiga me pidió, hace ya unas tres décadas, con ojos invadidos por las lágrimas, que le llevara el mensaje de esa entidad a su marido.

Este llegaba al hogar todas las noches borracho y cuando ella criticaba esa afición romil, el hombre le disparaba frases descompuestas.

Inicialmente el larga tragos se negó a asistir a Alcohólicos Anónimos, pero accedió a hacerlo cuando su mujer lo amenazó con el divorcio.

Para mi sorpresa, de inmediato asumió la decisión de evitar cada día beberse el primer trago borrachógeno, lo cual me causó gran satisfacción.
No creo necesario describir con detalles las manifestaciones de gratitud que me prodigó mi amiga, aplicándome el elogioso calificativo de “salvador de su matrimonio”.

Aproximadamente seis meses después, y en una de las reuniones de A:A, el exvaciador de potes de romo, me informó que estaba a punto de salir publicado su divorcio por mutuo consentimiento.

El asombró provocado por la noticia me llevó a abrir la boca de forma desmesurada, y a escuchar con sumo interés las explicaciones de mi interlocutor.
-Cuando era un borracho indecente y sinvergüenza, más de la mitad de mi sueldo se iba en ron, whisky y cerveza, lo que obligaba a mi esposa a meter todo el dinero que ganaba como secretaria ejecutiva para enfrentar mi irresponsabilidad financiera- dijo, como si hablara consigo.
-Esa etapa fue superada con tu eliminación de las borracheras- repuse.

-Pero así como en mis años de parrandas, mi mujer hacía y deshacía, y se acostumbró a mandar, porque a mí no me importaba ella ni mis hijas, cuando cambié de vida cuestioné algunas de sus decisiones, y tomé las mías.

-No veo nada malo en eso, y no creo que sea motivo valedero para poner fin a una relación conyugal- afirmé convencido.

-Lo mismo han opinado todos a los que les he puesto el tema, pero como a las mujeres los hombres no las entendemos, es que muchos se han cambiado para cundangos- manifestó con rostro enfadado.

Todavía hoy, cuando escribía este relato, la sonrisa no se me quitaba del rostro.

El Nacional

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