Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Inusual resultado
Hace ya algunos años conocí a dos hermanas veinteañeras, con diferente desenvolvimiento machil. Una de ellas era de buena figura y rostro hermoso, mientras la otra, según la casi generalizada opinión, no tenía nada en la bola.

Sin embargo, mientras la atractiva era de temperamento apacible, y de escasas palabras, la hermana se pasaba de simpática y parlanchina.
Incluso se sabía que había tenido mayor cantidad de novios, algunos de los cuales le habían propuesto matrimonio.

Ella había rechazado esas ofertas, afirmando que antes de iniciar una relación conyugal tenía que sacarle el mayor gusto posible a la vida.
No se perdía ninguna fiesta bailable a la cual fuera invitada, mientras su parienta se negaba a ir a casi todas, con el repetido pretexto de que primero que todo estaban sus estudios.

La bella estudió sicología, y al graduarse corrió el chisme de que no había realizado levante amoroso alguno, entre sus condiscípulos, ni en el restante alumnado masculino del centro académico.

Finalmente, y ya iniciada la primera treintena de su edad biológica, contrajo nupcias con un rico industrial que cargaba una veintena de años más que ella.
Parientes y relacionados consideraron que había valido la pena la desesperanzada soltería de la bella dama ante aquella conquista, con sonido metálico acariciando sus oídos.

Desafortunadamente, el acaudalado cónyuge parece que había ocultado bien durante el cortejo su bien ganada fama de mujeriego, y esta hizo su aparición desde los primeros meses de la convivencia.

Cuando hastiada de aguantar infidelidades, a los cuatro años de matrimonio, la otrora jamona potencial le plantó el divorcio, el sinvergüenza solamente le dejó el mobiliario de la casa, con lo que la pobre cargó al mudarse.

Se debió a que, para que la gente no dijera, ni el marido sospechara, que se había casado por interés mercurial, lo realizó con separación de bienes.
Por su parte, la hermana, a quien se le podía atribuir aquello de “ni bonita que encante, ni fea que espante” después de casi una docena de romances, aparentemente con dormida, un hombre liberal le cambió el estado civil de soltera.

Parece que ella no valoró su condición de casada, porque, aunque con mayor disimulo y discreción, continuó la vieja costumbre de ir de hombre en hombre.

Y diferente a lo que ocurrió con su hermana cuerneada, el marido lucía atado a sus faldas, y dicen que cuando alguien lo enteraba de las infidelidades de su mujer, cortaba el informe con voz de tono enfático, y la misma frase:
-¡Eso no es problema suyo, carajo!

El Nacional

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