Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Un cincuenton enamorado
Pocas veces he visto a un cincuentón más enamorado de una veinteañera que aquel amigo, a quien le había ido muy bien en el ejercicio de su profesión de ingeniero civil. -Tenía razón aquel amigo tuyo que andaba por los sesenta años de edad, cuando decía que prefería las mujeres más duras, a las maduras; soy alérgico a las carnes blanditas, gelatinosas, fofas- me dijo una tarde que nos encontramos en uno de los pasillos de una plaza comercial.
-Pero debes admitir que lo que pasa contigo, ocurre también con las mujeres jóvenes ante lo blando de la musculatura de los hombres maduros.
Mi ocasional interlocutor esbozó una sonrisa burlona, antes de responder mi argumentación.

-Siempre que el maduro no tenga, como es mi caso, la condición de adinerado, o sea, que la pueda poner a vivir bien, con lujos, con comodidades.
-Muchas veces el desagrado que le producen los añejos, lleva a las de escasa edad a preferir a los jóvenes, aunque carezcan de riqueza- dije.
-Ay, ombe, se nota que estás atrasado en materia de mundología romántica, porque parecería que ignoras que el dinero compra hasta el amor. Una mujer joven que no es rica, y se mete a vivir con un viejo que lo es sin estar enamorada, la buena vida la lleva a quererlo.

A la réplica siguió una carcajada, luego se plantó en su rostro una expresión satisfecha de hombre convencido de lo que había expresado, para agregar: pronto te daré la noticia del levante, y no descarto la posibilidad de casarme con ella, porque unos años consumiendo carne con dureza de concreto, rejuvenece hasta a un anciano.

Poco tiempo después un hermano de mi amigo me llamó por teléfono para pedirme que le diera una vuelta a este, debido a que atravesaba una profunda depresión porque su amada lo había rechazado.

Lo visité en el apartamento, donde vivía su soledad de divorciado sin hijos, donde me recibió cariacontecido y cabizbajo.
-Esa estúpida- manifestó, sin devolverme las buenas noches que pronuncié- prefirió enredarse con un clase media baja joven, y cuando la recriminé por esa pésima decisión, me salió con dos frases clichés propias de su retraso mental.
-¿Y cuáles fueron esas frases?- pregunté, bien picada mi curiosidad.

-La descerebrada expresó que era mejor criar que enterrar, y menos malo bregar con compota que con próstata.
Felizmente para nuestra larga amistad, pude reír solamente por dentro.

El Nacional

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