Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Una amenaza efectiva
Mi amigo había regresado recientemente al país después de más de veinte años residiendo en la ciudad de New York.
Compró una confortable vivienda dúplex en un sector capitalino de alta clase media, y pasaba sus días en merecida tranquilidad, junto a su esposa y una hija adolescente.

Lo visitaba con frecuencia, debido a que éramos amigos desde la infancia, que discurrió en el sector San Miguel.
El ex dominicano ausente estaba encantado con su nueva vida, y hablaba continuamente de lo duros que fueron sus años en la ciudad de los rascacielos.

Lo que más valoraba de su estadía en el país era el hecho de que los vecinos lo fueron visitando para ponerse a sus órdenes.
Dijo que esto contrastaba con la incomunicación que sufrió en el Norte, donde a sus vecinos puerta con puerta apenas veía.
Pero como no hay felicidad completa, se quejó de que estaba fastidiado con las frecuentes visitas que miembros de diversas religiones cristianas efectuaban los domingos a su hogar.

-Lo peor es que como pertenecen a diversas sectas –dijo- cada uno me recita los fundamentos de la suya, al grado de que a veces creo que me estoy volviendo loco, debido al desorden que esto genera en mi mamerria pensante.
Un día contó que el domingo anterior le habían ido a predicar la palabra un par de hermosas jovencitas, una de las cuales poseía unas piernas capaces de provocar celos en una finalista de concurso de belleza.

Su entusiasmo duró poco, porque las muchachas le machacaban los oídos diciéndole que si no se arrepentía de sus pecados, y aceptaba a Jesucristo como su salvador, se achicharraría en el infierno.

La situación se le hacía más pesada a mi pana de añeja data, debido a que era un escéptico en materia de religión, fronterizo con el ateísmo.

Harto de escuchar sermones dominicales, tomó la decisión de ponerles punto final, apelando al recurso de recibir a los activistas cada vez con más escasa vestimenta.

Y la próxima vez que se apersonaron a su residencia las dos beldades, salió a recibirlas portando sobre su cuerpo solamente unos pantaloncitos cortos, prescindiendo incluso de sus habituales chancletas.

Cuando las chicas le señalaron el detalle, les dijo que sufría de intensos calores, y que debían tener cuidado cuando volvieran a la casa, porque a veces estaba “encuero” en la galería.

Lo mismo le dijo a los otros invasores de fin de semana, como los había bautizado, logrando su objetivo de “espantarlos”.

El Nacional

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