Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Un apodo original
En los años de la década del cincuenta, aquella muchacha tenía numerosos pretendientes, debido a que era indudablemente hermosa. A su bello rostro unía un cuerpo escultural, pues sus pronunciadas caderas estaban bien acompañadas por una cintura estrecha, piernas moderadamente gruesas, y un busto de tendencia levantisca.

Lo que sorprendía a los admiradores era que la damisela no accedía a sus intentos de conquista, aunque entre ellos figuraban hombres apuestos, y uno que otro ricachón.

La admirada fémina no lucía coqueta, y más bien mostraba indiferencia y desdén, hasta frente a algunos que llevaron su cortejo al grado de proponerle matrimonio.

Y no era que la joven fuera antipática, ni que anduviera con cara de machete; sonreía con relativa frecuencia, y su conversación era más próxima a la locuacidad que al laconismo.

Pero pasaban los meses sin que se le conociera novio, y en las dominicales tandas de los cines a las que asistía, lo hacía con amigas, o con familiares cercanos.

O sea, que no se le vio en los asientos traseros de una sala cinematográfica, en la oscuridad del desarrollo de una película, compartir besos, ni abrazos estrujantes de vestimenta con un hombre.

Pero como era de esperar, un día corrió la noticia de que el huidizo corazón de la muchacha se había rendido ante el breve asedio de un segundo teniente piloto de la aviación militar.

Los que como yo superamos el pasado meridiano de la edad biológica recordamos que los cadetes y oficiales de esa institución castrense provocaban exaltada admiración a las mujeres.
El afortunado aviador poseía un pequeño automóvil, y se le vio muchas veces depositar a la novia en su casa, en avanzadas horas de la noche.

Por ese detalle, y debido a los tabús sexuales imperantes, la gente mantuvo el criterio de que la pareja “se estaba acostando”, que equivalía a afirmar que la jovenzuela había perdido la virginidad.

Cuando fue evidente, siete u ocho meses después, que el romance había terminado, los admiradores volvieron a lloverle a la súper atractiva damita.

Estos se habían mantenido en obligado alejamiento, por el temor que inspiraban los militares en la era de Trujillo.
La segunda pareja sentimental de la hembrota fue otro piloto militar, esta vez un capitán de elevada estatura.
Con él contrajo nupcias, ambos están vivos, y a ella no se le ha quitado el apodo con el que la bautizó el humor de su barriada de antaño:

Pista de aterrizaje.

El Nacional

La Voz de Todos